Por: Diácono Antonio de Jesús Rodríguez López
Es icónica la “misa del lavatorio de pies” o como la liturgia romana la nombra “la Misa de la cena del Señor”. Ya sea por los gestos exteriores o, más importante aún, por la profundización en los grandes misterios que ahí se celebran.
Esta celebración, con la que inicia el Sagrado Triduo Pascual, se ornamenta con la solemnidad y la alegría, ya que en esta celebración está estipulada la posibilidad de utilizar flores, música (que acompañe la celebración), e incluso la presencia necesaria de todos los ministros posibles para que dicha celebración no carezca del sentido debido al día.
Este día los misterios que se celebran son tres: El Amor (Caridad), el Sacerdocio y la Eucaristía.
El precepto de la Caridad, es el Ágape, la entrega sin medida, que Dios, en Cristo hace por amor a la humanidad. Este gesto es materializado en el simbólico acto del “lavatorio de pies”, por ser un acto fuera de lo común, es quizá el que el pueblo Santo de Dios más recuerda. En este gesto de humillación, lavar los pies de sus discípulos, Jesús nos enseña el camino de servicio, de entrega a los demás (Jn 15,13), al grado de entregarse en amor incluso por aquel que lo va a entregar, o aquel que lo va a negar (Jn 13,8).
Jesús suplica a sus discípulos que hagan lo mismo entre ellos, pero no se refiere únicamente al gesto de lavarse materialmente unos a otros, sino en el amor que se deben manifestar entre ellos, Él, que es el Maestro, lo ha hecho para que ellos, que son los discípulos imiten su ejemplo (Jn 13,14; 1Pe 2,21).
El misterio del Sacerdocio y de la Eucaristía van de la mano, ambos instituidos en el momento de la cena, los textos bíblicos nos hablan de las palabras de Jesús (Tomen y coman, esto es mi cuerpo… Tomen y beban ésta es mi sangre) que, de manera real, hacen lo que resuenan; como en el libro del Génesis, cuya Palabra creadora hacía cuanto decía. La actuación global de Jesús sobre el pan y sobre la copa, es un comportamiento análogo al de los profetas de la Biblia. Estos suelen hacer sus anuncios por medio de gestos, que producen aquello que significan[1].
A sus apóstoles, en el imperativo “Hagan esto en memoria mía”, los faculta para renovar este misterio, en que los elementos básicos de una cena (Pan y Vino) son transformados, por la acción del Espíritu Santo en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús. En ello, Cristo, el único sacerdote, instituye el sacramento del Sacerdocio.
Ante la actual contingencia por la pandemia que atravesamos, ¿qué podemos hacer? Si las celebraciones en nuestras comunidades, por obediencia, serán a puerta cerrada, lo que debemos hacer es:
- Confiar en Dios y obedecer a nuestros Obispos que han tomado, en sinodalidad esta decisión.
- Seguir alguna transmisión de la celebración por los medios de comunicación.
- Hacer algún gesto material alusivo a cada uno de los misterios que celebramos ahora, por ejemplo, en el misterio de la caridad, podemos repetir este gesto de lavar los pies a alguno de los miembros de nuestra familia; sobre el misterio de la Eucaristía, podemos compartir la cena en familia, agradeciendo a Dios por lo bueno que es con nosotros; sobre el misterio del sacerdocio podemos investigar el nombre de los sacerdotes que me han conferido algún sacramento (Bautismo, Confirmación, Matrimonio…) y en el momento oportuno escribirle una carta en la que agradezcamos su entrega en el servicio del Reino de Dios.
Estas son unas propuestas, sin embargo, la creatividad de cada uno puede desarrollar cuantas ideas nos ayuden a vivir con intensidad esta gran fiesta, lo más importante siempre es el espíritu con el que nos acerquemos a Dios, por los medios que sean posibles. Esta es una situación especial, no es una semana Santa como las demás, sin embargo, podemos estar seguros de aquello que Jesús nos dice en el Evangelio “Mi hora está cerca, voy a celebrar la cena en tu casa” (Mt 26,18b) ¿Estás dispuesto a dejarlo entrar y celebrar con Él?
[1] L. Dufour, La fracción del pan. Culto y existencia en el Nuevo testamento, 165.