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Román Ramírez Carrillo

La Iglesia universal acogió el Concilio Vaticano II como un momento de gracia para una profunda reforma y modernización en la vida pastoral de la Iglesia. Fue el Concilio que cambió las relaciones de la Iglesia con el mundo y enseñó a encarnarse en la historia cotidiana de los hombres, cumplió 60 años en este octubre de 2022.

Fue convocado por el Papa San Juan XXIII, que de­finió con su sabiduría y sencillez sus características, e inició los trabajos el 11 de octubre de 1962. Fue clausurado por el Papa Paulo VI, en 1965. Dio como fruto 16 valiosos documentos entre Constituciones, Declaraciones y Decretos.

El Concilio Vaticano II, el “regalo de Dios”, se convocó con los ­fines principales de: promover el desarrollo de la fe católica, lograr una renovación moral de la vida cristiana de los ­fieles y adaptar la vida eclesiástica a las necesidades y métodos de su tiempo. De ahí que no se planifique hoy ninguna acción pastoral sin que previamente se haga “un análisis a fondo de la realidad” que se vive, porque Dios es el Señor de la Historia.

Previamente, el Papa Juan XXIII publicó Mater et Magistra, que adoptaba especí­ficamente el famoso método ver-juzgar-actuar que concreta los principios y directivas sociales. Sintéticamente, es primero el “estudio de situación” concreta; segundo, “apreciarlo a la luz de los principios cristianos”; tercero, el “examen y determinación de lo que se puede y se debe hacer para aplicar los principios y lineamientos a la práctica, según la forma y en el grado que la situación lo permita o lo exija”.

Así el Papa Juan incorporó el método ver-juzgar-actuar en la enseñanza y práctica social católica.

“Los líderes deben aprender a ver, juzgar y actuar. Ver el problema de su destino temporal y eterno para juzgar la situación presente, los problemas, las contradicciones, las exigencias de un destino eterno y temporal”.

Así, este acontecimiento de nuestra Era Moderna en el ámbito de la Iglesia, el Vaticano II, ha sido el concilio más representativo de todos. Constó de cuatro etapas, con una asistencia de dos mil Padres Conciliares procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas, con una apertura dialogante con el mundo moderno, con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemáticas actuales y antiguas.

Impulsó la reforma litúrgica, que permitió que desde 1969 las misas se celebren en el idioma de cada país, en vez de en latín, y con el sacerdote de frente al pueblo y no mirando hacia el altar. Considera al mundo en todas sus expresiones: cósmicas, humanas, e históricas. Afirma una Iglesia íntimamente solidaria con el género humano, y constata que ante los formidables cambios que sacuden a este mundo, muchos hombres se interrogan y afirma que se debe reconocer la “igualdad” fundamental de los hombres.

Es decir, un “agiornamento”, o puesta al día de la Iglesia, renovándose en sí misma y revisando el fondo y la forma de todas sus actividades, siendo así uno de los hechos más decisivos de la historia de la Iglesia.

@arquimedios_gdl

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