Sergio Padilla Moreno
Celebrar la Resurrección de Jesucristo es saber que la muerte no tiene la última palabra, sino que, aún en medio de la más honda desesperanza, la vida surge y se manifiesta por la sutil fuerza de la Vida. Para muestra de esto déjenme compartir una reciente experiencia.
Hace unos días, cuando me embargaba una cierta desolación, caminaba por una calle de la ciudad cuando me llamó profundamente la atención que, en el lugar menos esperado, había un grupo de hermosas flores que surgían en una pequeña rendija, justo en el vértice de una pared de piedra y una banqueta de concreto. Era el lugar menos indicado para que surgiera algo más que simple hierba, pero no, eran hermosas flores que, además de lo hostil del lugar, quizá nadie había regado, pero ellas regalaban su belleza a quien quisiera mirarlas, enmarcadas en la piedra y el concreto. Fue un signo claro de que la vida, a pesar de todo, siempre surge y se muestra, incluso en las condiciones más adversas.

La desolación me venía al leer las profundas y sentidas reflexiones que un grupo de alumnos y alumnas de la materia de Ética, identidad y profesión que imparto en el ITESO, hicieron sobre el documental del 2010 titulado Había una vez, de Jacaranda Correa, donde se “expone la violencia que viven las mujeres del Estado de México a través de múltiples testimonios y vivencias íntimas contadas en su propia voz. La entidad se ha convertido en uno de los lugares donde recientemente se comenten tres veces más feminicidios que en Ciudad Juárez. México es un país en donde los hombres asesinan a las mujeres, cuyos crímenes no son producto de mafias, sectas, ni crimen organizado.”
Muchas de mis estudiantes resonaron con la violencia sufrida, así como el proceso de liberación de las mujeres que compartieron su testimonio en el documental, pero lo hacían a partir de sus propias historias de sufrir, en diversos grados, violencia, acoso, minusvaloración, etc. Pero frente a ello surgían voces, deseos y acciones decididas y esperanzadas por revertir esa negación de la vida y generar una nueva cultura.
Pero también resonaban con el testimonio de Doña Mere, una extraordinaria mujer que encarna, con toda claridad, el espíritu de solidaridad, compromiso y cuidado del buen samaritano (Lucas 10, 29-37).
La Pascua es tiempo para afinar la mirada y la escucha para contemplar la Vida en las vidas en todas sus expresiones. Como dice el jesuita Benjamín González: “Este es el desafío contemplativo del creyente y es también el fundamento de todo compromiso con la transformación de este mundo. Al abrir los ojos, nos encontramos con la belleza del cosmos, con la bondad de las personas que están inscritas para siempre en la columna vertebral de nuestra identidad. Inevitablemente tropezamos también con el dolor, con las injusticias que nos hacen dudar del corazón humano, con los terremotos que nos estremecen, con los huracanes que arrollan nuestras creaciones… Pero el dolor no es la última verdad.”
https://www.youtube.com/watch?v=lBGaXAGzY8I
El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx