Hermanas, hermanos en el Señor:
En cada Eucaristía, al terminar de rezar el Padre Nuestro, imploramos: “Concédenos que… vivamos siempre libres de pecado…, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”.

Esto no se nos debe olvidar. Cada vez que nos reunimos en la Misa, nos reunimos porque Cristo está vivo y presente en medio de nosotros para salvarnos; esa presencia la vamos a gozar de forma definitiva cuando termine nuestra peregrinación por este mundo.
Este retorno glorioso del Señor lo debemos tener siempre presente. Muchos acontecimientos a lo largo de la historia han sido y son dolorosos y tristes, como las guerras, las epidemias, el hambre, pero Jesús nos pide que no nos gane el pánico, aterrorizados por el fin del mundo o de nuestros días. No obstante todo lo que vivamos de malo, doloroso y trágico en este mundo, no nos debe apagar la esperanza de que Dios nos ha salvado en Cristo, que Él nos dará definitivamente la salvación que Jesús nos mereció, y si estamos seguros de esta verdad, mientras llegue, tenemos que estar activos, trabajando, esforzados en hacer justicia entre nosotros, construyendo la paz verdadera, amándonos y entendiéndonos como hermanos, para superar todo lo que, efectivamente, sí nos causa pánico en el mundo.
En efecto, nos causan pánico las desapariciones de personas, los robos en la calle, los asaltos a nuestras casas, etc. En medio de todos estos signos de maldad, los discípulos de Jesús tenemos que construir la paz, establecer relaciones de confianza entre nosotros, darnos seguridad, respetar y hacer respetar la dignidad de las personas. Que no nos gane el pánico, porque el último día, Jesús se va a manifestar como el sol que todo lo ilumina, el sol de justicia que todo lo pacifica y aclara.
No debemos olvidar, pues, esta dimensión de nuestra vida cristiana, que sí, la vivimos aquí, pero nuestro destino está más allá de este mundo, más allá de nuestros días. Nuestra meta no está aquí, por lo que no nos dejemos engañar de quien dice que lo que está aquí es definitivo. No. Todo lo de este mundo es pasajero, es de paso; vamos de camino al encuentro definitivo con Dios.
Si tenemos presente este horizonte, nos vamos a preocupar de ir ajustando nuestra vida, nuestra manera de pensar y de comportarnos, y nuestra manera de relacionarnos de acuerdo al destino que esperamos.
Lo debemos recordar al estar finalizando un año en el que celebramos todos los misterios de nuestra fe, que culmina, para los creyentes, en la fiesta de Jesucristo como Rey del Universo. Al concluir este ciclo, la Iglesia, como madre, se preocupa de que entendamos el final que nos espera, que nos dispongamos a este término.
Los que piensan que todo está en este mundo, viven llenos de ambición por acumular cosas, aquí ponen su empeño, incluso pisoteando la dignidad y los derechos de los demás.
Los discípulos de Jesús sabemos que vamos de paso, esperando de una manera activa, la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.