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Pbro. Armando González Escoto

Pbro. Armando González Escoto

Afganistán es un país del Medio Oriente que lleva cuarenta años en guerra. Está situado, de oeste a este, entre Irán y Paquistán. Es un país de religión musulmana que hacia 1970 había logrado un equilibrio entre la fe y la modernidad. Los comunistas dieron entonces un golpe de Estado y se impuso un gobierno marxista, el cual persiguió con dureza a la religión, apoyado por la Unión Soviética. Esta circunstancia produjo que se rompiera cualquier equilibrio entre fe y modernidad, en consecuencia, la religiosidad perseguida se volvió extremista, y desde esa base, con ayuda de Estados Unidos, los radicales religiosos dieron un nuevo golpe de Estado a los comunistas, y en su lugar se establecieron los musulmanes también llamados fundamentalistas. Entonces Estados Unidos derrocó a los musulmanes radicales e impuso un gobierno de equilibrio, el cual acaba de ser igualmente derrocado volviendo al poder los extremistas religiosos.

El extremismo religioso es, para comenzar, una enfermedad que se nutre de pasión desordenada y una buena dosis de ignorancia religiosa, lo cual lleva a los musulmanes a interpretar su libro sagrado, el Corán, al pie de la letra, sin la menor exégesis, razón por la cual someten a las mujeres a todo tipo de prohibiciones al margen de los tiempos, y legitiman la violencia a la escala que sea y contra quien sea, porque así lo manda el Corán.

Afganistán conservaba de su remota antigüedad, dos monumentos de valor histórico y artístico incuestionable, eran dos colosales estatuas de Buda consideradas patrimonio de la humanidad. Pero siendo estatuas y budistas, los extremistas musulmanes decidieron dinamitarlas en el año 2001. Tenían 16 siglos de existir, gente conocedora de numerosos países intentó salvarlas, pero para los extremistas no hay razón que valga, eran estatuas y el Corán manda destruirlas. Odio, fanatismo, ignorancia y prepotencia, esas son las características de los extremistas religiosos.

En nuestras tierras también se dan esos casos, los vemos sobre todo en determinados grupos de cristianos fundamentalistas que militan bajo el manto del evangelismo, y que si tuvieran el poder actuarían de la misma forma en que lo hacen los talibanes, pues han convertido la Biblia en un ídolo, la memorizan sin entenderla y la interpretan desde su penosa ignorancia.

Pero también en la misma Iglesia surgen de tiempo en tiempo este tipo de tendencias, síntoma de una religiosidad enfermiza, de una sociedad confundida, incapaz de poder comprender el tiempo en el que vive, y buscando por tanto imponer a los demás su primitiva visión de las cosas por el medio que sea.

No es fácil conservar los equilibrios en épocas críticas, es entonces que la acción del magisterio eclesiástico se hace más urgente, a fin de acompañar a la comunidad y conducirla en medio de un mar proceloso, evitando choques o naufragios. De manera análoga toca al Estado controlar los extremismos religiosos, no usarlos para obtener recursos y votos, como aquí tantas veces ha pasado, con consecuencias parecidas.

armando.gon@univa.mx

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