Hermanas y hermanos en el Señor:
A los fariseos les dio mucho disgusto sentirse interpelados por Jesús en diferentes ocasiones, y buscaban la manera de hacerlo caer con preguntas insidiosas, para luego poderlo acusar.
Encontraron una oportunidad al preguntarle: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César? Con este cuestionamiento pensaban ponerlo “entre la espada y la pared”, porque si decía que no, se vería como incitador en contra de las autoridades romanas. Y si decía que sí era lícito, se echaba encima las multitudes que vivían inconformes con el poder externo que les exigía tributo.
Según los fariseos, Jesús se iba a ver mal, respondiera lo que respondiera. Por eso el Señor les dice. “Hipócritas”, porque trataban de sorprenderlo.
Al pedirles una moneda y preguntarles qué es lo que veía ahí, Jesús aclara:
“Den al César lo que es del César y a Dios a lo que es de Dios”.
Esta frase ha sido utilizada para señalar muchas cosas, como la separación entre el Estado y la Iglesia, o para distinguir el mundo de la fe con el mundo de las actividades cotidianas.
Lo que Jesús quiere enseñarnos es que un discípulo de Él no está exento de compartir y de vivir lo que exige la vida diaria.
Es decir, un cristiano no está libre de cumplir con los deberes civiles, con hacer lo que contribuye a una sana y armónica convivencia. No está exento de sustraerse a la participación ciudadana que busca el bien de todos.
El discípulo de Cristo no es un privilegiado respecto de las normas de convivencia y de bienestar social.
Por ejemplo, estamos obligados a pagar impuestos, que son nuestra contribución al bien de todos, especialmente de los que menos tienen. Un creyente pertenece al orden del mundo.
Pero la enseñanza más grande es lo que dice Jesús respecto a que le demos a Dios lo que le corresponde. ¿Qué le corresponde? Nos preguntamos: ¿A imagen de quién fuimos creados? Fuimos hechos a imagen de Dios, la cual está impresa en nuestro ser. Por lo tanto, la imagen de Dios reclama a su dueño que es Él mismo.
Todos los hombres nos debemos a Dios, incluido el mismo César, por lo que no hay autoridad en la Tierra que pueda suplir el lugar de Dios, y mucho menos por encima de Él.
Todos somos sus criaturas, y le debemos el tributo de nuestro ser, el tributo de ser sus criaturas.
No nos hizo a su imagen para explotarnos, sino para amarnos y para salvarnos. Tanto busca nuestra salvación y tanto nos ama, que nos envió a su único Hijo, para que nos salvemos por Él, para que recuperemos la dignidad perdida por el pecado, y recobrada esta dignidad, vivamos la grandeza de ser hijos de Dios, en esta vida y en la eternidad.
El poder terrenal tiene un valor que hay que reconocer, pero nuestra condición de criaturas de Dios está por encima de todos los intereses que busca el poder político. Nadie es más grande ni más importante que el Señor.
Hagámonos responsables de nuestro compromiso terrenal, pero también hagámonos responsables de nuestra condición de discípulos y creyentes de Jesús.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.