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Juan Carlos Núñez Bustillos

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, fumaron la “pipa de la paz” durante la reciente visita del tabasqueño a Jalisco. Los políticos que en algún momento fueron aliados han mantenido una relación ríspida durante los últimos años, pero el jueves 16 de julio prometieron trabajar juntos más allá de sus diferencias.

Alfaro le manifestó al presidente su “aprecio” y le ofreció “con entereza y humildad la responsabilidad de corregir lo que haya hecho mal”. López Obrador le dijo que no está solo frente a las amenazas que el jalisciense ha recibido y expresó: “Podemos tener diferencias y eso es consustancial a la democracia, nadie debe alarmarse, la democracia es pluralidad, es garantizar el derecho a disentir”.

Un camino de desencuentros

En historia y carácter ambos políticos tienen mucho en común. Los dos comenzaron sus carreras en el PRI y luego se cambiaron al PRD. Fueron aliados en las elecciones de 2006, la primera vez en que López Obrador contendió por la Presidencia y en las que Alfaro llegó al Congreso jalisciense. Ambos se asumen como líderes de transformaciones históricas.

Uno se propone “refundar” Jalisco y el otro, transformar radicalmente a México como ocurrió en la Independencia, la Reforma y la Revolución. Ambos, según con el cristal con que se les quiera ver, son empeñosos o tercos, aguerridos o impositivos, firmes o confortadores. Y ambos tienen una enorme vocación de poder.

Tras ser compañeros en el PRD, López Obrador saltó a Morena y Alfaro, a Movimiento Ciudadano. El tercer partido para ambos. En las elecciones de 2012 la distancia entre ellos creció y para las de 2018 fue ruptura. El ahora presidente llamó “farsante”, “salinista” y “traidor” a Alfaro, además de acusarlo de participar en los “moches”.

Luego de la contundente victoria de ambos, su relación siguió tensa. El 22 de noviembre de 2018, cuando eran respectivamente presidente y gobernador electos, Alfaro pronunció un discurso en que acusó a López Obrador de pretender “vulnerar el pacto federal y el orden constitucional”. El presidente nombró delegado en Jalisco a Carlos Lomelí quien contendió contra Alfaro en las elecciones. Este hecho tensó más la relación.

Ente dimes y diretes

Los episodios más recientes han sido las diferencias que han tenido sobre la manera de hacer frente a la contingencia sanitaria y la acusación de Alfaro de que la manifestación por la muerte de Giovanni López, tras haber sido detenido por policías de Ixtlahuacán de los Membrillos, fue fraguada desde los “sótanos el poder” de la Ciudad de México.

El enfrentamiento es largo y ha sido en momentos muy rudo, pero forma también parte de sus estrategias políticas. Lo mismo que las “reconciliaciones”, que han sido ya un par. Unas y otras forman parte del rejuego político y se intensifican en función de las conveniencias y los intereses políticos de los actores en cada momento.

Era muy difícil que no hubiera discursos conciliadores de ambas partes durante la visita de López Obrador. Sería muy costoso para ambos protagonizar una “escena”.

Finalmente, uno es presidente de México y el otro, Gobernador de Jalisco. Representan instituciones de Estado y tienen que relacionarse inevitablemente más allá de sus afinidades. Incluso en las guerras hay formas diplomáticas.

Si son hombres de Estado tendrán que cuidar que sus rencillas personales y la lucha por sus legítimos proyectos políticos, no estén por encima de sus obligaciones como mandatarios.

@arquimedios_gdl

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