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Fernando Díaz de Sandi

“El Resucitado invita a sus seguidores a no vivir el presente con ansiedad, sino a hacer una alianza con el tiempo, a saber cómo esperar el desenlace de una historia sagrada que no se ha interrumpido, sino que avanza; a saber cómo esperar los ‘pasos’ de Dios, Señor del tiempo y del espacio”. ~Papa Francisco (mayo, 2019)

Ofrezco una sincera disculpa si la frase de inicio es extensa, pero el Santo Padre hace una recapitulación magistral sobre un ingrediente fundamental que ha venido a complicar aún más el escenario de las circunstancias que como individuos y como sociedad estamos viviendo: hablamos de la ansiedad.

Exceso de futuro

La ansiedad nos hace percibir la vida de una manera diferente, como entre niebla, una realidad básicamente deformada, ya que nos privamos de mirar la dimensión de la vida en su totalidad desde un punto consciente y objetivo. La ansiedad surge de la soberbia, es hija del ego que provoca en la mente humana la imperiosa necesidad de querer controlarlo todo y que todo suceda conforme a nuestros caprichos y voluntades.

El ansioso, no está dispuesto a cooperar con la vida, a fluir en los acontecimientos que se van sucediendo y que a cada instante nos demuestran que nuestros planes y expectativas se vienen abajo. Quien vive en ansiedad, es un desconfiado total de la vida, de los demás, de sí mismo; duda constantemente de sus propias capacidades y de la buena voluntad de los demás. Generalmente, vive sumergido en el miedo, siempre esperando lo peor, por lo que nunca disfruta a plenitud de todas las bondades y bendiciones que rodean su vida.

La serenidad, el sosiego, la calma habitan en el corazón de quien recorre de manera natural y espontánea los caminos de la vida. La paciencia hace brillar la vida de quien con toda tranquilidad confía, espera y mantiene su gozo por las experiencias del presente, asumiendo con fe y con esperanza los retos de cada jornada. Ya lo decía el Maestro: “A cada día le basta su propio afán” (Mateo 6, 34).

Un día a la vez

La confianza en un Padre amoroso y misericordioso, providente y siempre atento, la unión y solidaridad con nuestros prójimos generan en la mente una fortaleza a prueba de adversidades porque sabemos que contamos con el otro, contamos con nosotros mismos y, lo más importante, contamos con Dios, quien nos dará todo y solo aquello que realmente resuelva una necesidad conveniente y que siempre nos ofrecerá las fuerzas necesarias para resistir en medio de la peor de las tormentas.

La pandemia actual vino a desnudar nuestra indisposición casi sistemática hacia la paz. Nos hemos acostumbrado a un vertiginoso y desgastante ritmo porque creemos que todo depende de nosotros, que todo está bajo nuestro control. La bendición de esta contingencia de salud mundial nos deja en claro que nuestra manera de vivir está muy lejos de lo que en realidad es una vida a plenitud, llena de esa mansedumbre y ese sosiego que debería distinguirnos como hijos del Todopoderoso.

Así que, calma, por favor… Calma. Que resuene en nuestra mente la voz apaciguadora de Jesús, quien nos pide confiar: “Miren las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?” (Mateo 6,26).

fernandodsandi@hotmail.com

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