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Para algunas personas, hablar de la muerte es difícil. Para otras, estudiar la muerte desde diferentes pueblos y culturas es apasionante. Enfrentarla y padecerla, es terrible para unos; esperanzadora para otros. El tema da para escribir cientos de páginas. Digamos algo con motivo de la fecha.
En el mundo griego, el difunto elude terminar en el Hades y puede acceder a los campos Elíseos, suerte de jardín donde habitan los héroes.
El tema de la transmigración de las almas estuvo presente en el orfismo, cuyo mensaje afirmaba la inmortalidad del alma.
Los egipcios consideraron la muerte terrenal como una interrupción temporal, ya que el ser humano tenía la posibilidad de vivir eternamente.
Los vikingos creían en una vida después de la muerte. De hecho, esperaban morir durante la batalla para entrar en el Valhalla, una especie de paraíso o cielo donde vivían los dioses en el que Odín les esperaba para darles una bienvenida heroica.

“Entre los mexicas, la muerte no se oponía a la vida, formaba parte de ella. Podría decirse que la existencia era la parte diurna de un ciclo vital; y la muerte, la parte nocturna”.

Para quienes profesamos la religión católica, encontramos el sentido de la vida y de la muerte en Jesucristo.
Gracias a Él, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia”, señaló el Apóstol Pablo. “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él”.

La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente “muerto con Cristo”, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este “morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a él en su acto redentor:

«Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros», afirmó san Ignacio de Antioquía.

En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de san Pablo: “Deseo partir y estar con Cristo”; y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo.

Es un hecho que la Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte: “De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor”, a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte”, y a confiarnos a san José, patrono de la buena muerte. «Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte”, dice la obra La imitación de Cristo. ¿Cómo vivirás este Día de difuntos? Con respeto y gratitud, recordemos y oremos por quienes han terminado su peregrinar por este mundo.

@arquimedios_gdl

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