Pbro. Adrián Ramos Ruelas
María, la Virgen Madre de Dios y Madre Nuestra, es celebrada cada 8 de septiembre, fecha en que la Iglesia de Oriente, y más tarde la de occidente, recuerda su nacimiento. Hija de Ana y Joaquín, según la Tradición de la Iglesia, esta mujer, la más reconocida por generaciones, según la profecía de su propio cántico, el Magnificat, ha traído la mayor alegría a la humanidad: a Cristo mismo. María es celebrada en casi todo rincón del mundo.
El Evangelio no indica la fecha de su nacimiento. Hay dos corrientes que ubican su nacimiento en Belén y en Nazaret.
María fue concebida sin pecado (dogma que celebramos el 8 de diciembre); a los nueve meses es dada a luz. Fue preservada de toda mancha de pecado en atención a la maternidad del hijo de Dios. María coopera así con todo el género humano dándonos al Salvador, del cual ella es la primera redimida.
La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, el cual se cierra con la Dormición, en agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII y era celebrada con una procesión-letanía, que terminaba en la Basílica de Santa María la Mayor.
El nombre de María es un nombre dulce, muy común, con un rico significado. Hay diferentes acepciones sobre su significado, pero es un nombre universal y presente con algunas variantes en los diversos idiomas. Es importante destacar que en 1683, el Papa Inocencio XI declaró oficial una fiesta que se realizaba en el centro de España durante muchos años y que es la del “Dulce nombre de María”, que se recuerda el 12 de septiembre, a los cuatro días de nacida.
¿Qué podemos aprender de nuestra Madre?
Primero, a agradecer los dones de Dios en cada uno de nosotros. Todos hemos recibido diferentes talentos para ponerlos al servicio de los demás. María siempre fue consciente de todo lo que había recibido de parte de su Creador. Su vida fue una continua alabanza.
Segundo, a ser solidarios con los más necesitados. Ella lo hizo primeramente con toda la humanidad necesitada de salvación, al decir “sí” al proyecto de Dios propuesto por el arcángel Gabriel.
Tercero, a estar siempre abiertos a la gracia de Dios. Él nos mira con amor y nos llama a cada uno a una vocación especial. Cuando hay disposición de mente y corazón, el Señor hace maravillas en nosotros. Cuenta con nuestra pequeñez y nos llena de su grandeza.
Encomendémonos siempre a la Virgen Niña, que ha traído mucha esperanza al género humano con su belleza, candor, pureza y humildad.