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Una mujer, al igual que nuestra madre, una maestra o una catequista nos puede enseñar mucho acerca de la fe, y hasta la podemos imitar en su vida de santidad.

Santa Teresa de Jesús, o llamada también Teresa de Ahumada o de Ávila, fue una gran mujer española que vivió gran parte de su vida como religiosa. Nació en Ávila el 28 de marzo de 1515. Tenía diez hermanos y dos hermanastros. Desde muy pequeña manifestó interés por las vidas de los santos.

Ingresó a una comunidad religiosa, la Orden de las Carmelitas Descalzas. En ese estado de vida vivió mucha resequedad espiritual y sentía que no progresaba. Ante la imagen de un Cristo sangrante comenzó su conversión y pudo vivir plenamente su vocación como consagrada.

Se caracterizó por ser una mujer enérgica, sincera y humilde. Tuvo una gran devoción a San José, a quien pedía por su intercesión grandes favores que luego recibía.

A ella le debemos muchas enseñanzas de vida espiritual y mística (experiencias de encuentro profundo con Dios). Sus obras son una joya para literatura espiritual. Se han leído mucho Camino de perfección, el Castillo Interior (Las Moradas), El libro de la vida.

Fue una gran amiga de otro santo místico y poeta: San Juan de la Cruz. Fundó diferentes conventos. Murió el 4 de octubre de 1582 y fue canonizada en 1622.

Ella ha sido la primera mujer declarada “doctora” de la Iglesia, por el Papa San Pablo VI, al lado de Santa Catalina de Siena, en 1970.

De ella podemos aprender…

  1. A unirnos a Dios. Ella buscaba, sin pretensiones, dialogar con Dios sin esperar fenómenos extraordinarios. En la sencillez logró estar siempre comunicada con Dios hasta alcanzar arrebatos espirituales llamados éxtasis, recibidos como una gracia especial.
  2. Fue una mujer ejemplar para sus comunidades religiosas a las que quiso renovar con la reforma carmelita. Se destacó como maestra. Podemos aprender a vivir en la verdad, exigiéndonos, renovándonos internamente para renovar nuestros ambientes (familia, comunidad, etc.).
  3. Nos enseña a superar con paciencia nuestros momentos de aridez, de sequedad espiritual, hasta alcanzar los consuelos de Dios.

A ella se atribuye el famoso canto: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta”.

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