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Francisco Josué Navarro Godínez, 3° de Filosofía

«¡Hijo del Padre, te conozco/ aunque te presta su disfraz el plenilunio! / Mis ojos dicen que eres pan/ y mis oídos argumentan que estás mudo […]/ ¡Hijo del Padre, te conozco/ aunque tu gloria y tu poder estén ocultos!»… Todo está en clave de corazón, pues estos versos brotaron del corazón embelesado del sacerdote y poeta Fr’ Asinello, quien se formó en el Corazón de nuestra Diócesis, casa que tiene en su corazón la capilla, lugar donde diariamente se celebra la Eucaristía y en cuyo tabernáculo palpita el Corazón de Cristo.

Era la mañana del pasado 21 de junio cuando los jóvenes levitas, tanto menores como mayores, nos congregábamos junto con un nutrido número de sacerdotes y fieles laicos para celebrar la Solemne Eucaristía del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

La celebración fue presidida por nuestro Arzobispo y Rector Don José Francisco Robles Ortega, acompañado de los seis Obispos Auxiliares y la distinguida presencia de Mons. Eduardo Castillo Pino, Arzobispo de Portoviejo, Ecuador, a quien el Cardenal dio una cálida bienvenida.

Después de haber sido alimentados con el Pan de la Palabra, nuestro Padre y Pastor explicaba que la fiesta del Corpus Christi era una solemne y pública confesión de fe y amor en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y que «la celebración del Corpus en nuestro querido seminario es una hermosa, muy arraigada y muy vieja tradición», su  motivo era el mismo que el de toda la Iglesia, «pero esta celebración es hecha por quienes se sienten invitados por Cristo, para hacerlo presente mañana en la comunidad de su Iglesia. Esta fiesta tiene que ser, por así decir, más sincera, más auténtica, profundamente expresión de la fe convencida de la presencia de Cristo en la Eucaristía».

Y proseguía: «si alguien tiene que sostener esta fe, alimentar esta fe en el pueblo de Dios es el sacerdote; el sacerdote primero como primero fueron los apóstoles en creer en la presencia de Cristo en la Eucaristía, por eso celebrarla en el Seminario tiene, sí, el mismo sentido que tiene en toda la Iglesia, pero encierra un mensaje, un desafío, un reto mas directo en la fe de los futuros pastores».

Llegamos luego al clímax de nuestra celebración, Cristo se hacía presente nuevamente en las especies eucarísticas. Una vez alimentados con su Cuerpo, se expuso el Santísimo Sacramento en la custodia que llevada por diáconos en solemne procesión fue colocada en los tres altares monumentales ofrecidos por las facultades de teología y filosofía, y por el Seminario Menor, inspirados en el lema: «Aquí hay un muchacho…» evocando el pasaje de la multiplicación de los panes y peces.

Después del rezo de la estación, se leyó, como es costumbre, una explicación-reflexión sobre el altar y su sentido, luego de recorrer los pasillos de la casa, se concluyó con la bendición solemne, con repique de campanas, cantos y el gozo de que Dios nos sigue proveyendo de pan de cada día, del Pan de su Cuerpo, en el que se ve cumplida su promesa: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt, 8, 20).

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