Sergio Padilla Moreno
Al leer el pasaje del Evangelio de San Mateo donde nos habla de los Magos venidos de Oriente, no queda sino maravillarse de la capacidad de estos personajes por reconocer la grandeza de ese pequeño y sencillo niño en brazos de su madre. Si hacemos un ejercicio de imaginación, tal como lo propone San Ignacio de Loyola, vemos a estos sabios que llegan a adorar a un sencillo niño pobre al cuidado de sus padres, y quien no posee ninguno de los atributos que siempre ha estimado el mundo: honor, riqueza y poder.
Hace unos días, leíamos en el Evangelio de San Lucas que los primeros en presentarse a adorar al Niño Dios habían sido los pastores, los más pobres entre los pobres de aquella época; pero ahora se nos presentan personajes antagónicos, pues estos Magos son sabios estudiosos de las Sagradas Escrituras y de los signos del cielo, que después de un largo viaje que los descentra de su lugar de origen, son capaces de reconocer un pequeño e indefenso niño como la Epifanía del Verbo hecho carne. Además, supieron discernir el mal espíritu en las engañosas palabras de Herodes.
Es entonces que hoy, la actitud de estos Magos es un cuestionamiento muy profundo a los cristianos que, desde nuestro creer saberlo todo, estamos lejos de reconocer la presencia misma de Jesús en quienes no gozan de ninguno los atributos que canoniza el mundo (Cfr. Mt 25, 31-46) y de descubrir la acción de Dios en las pequeñas cosas de la vida. Como bien dice el dominico Fray Marcos Rodríguez: “Dios está en todos los fenómenos, aunque no de una manera especial en los que nosotros percibimos como maravillosos. Nosotros nos empeñamos en descubrirlo solo en lo extraordinario, pero la verdad es que Dios se manifiesta exactamente igual en los acontecimientos más sencillos y cotidianos. Hay que aprender a descubrir esa presencia. En una flor, en un amanecer, en la sonrisa de un niño, en el sufrimiento de un enfermo, etc.”
La pregunta es ¿cómo afinar nuestros sentidos interiores y exteriores para, al ejemplo de los Magos, reconocer la epifanía de Dios en nuestra vida, en la sociedad, en la historia y en la Iglesia? Sin duda, la apreciación de las artes es un buen camino para ello, pues, como bien dijo Albert Camus: “si el mundo fuese claro no existiría el arte.” O como dice el protagonista de la novela El estupor y la maravilla de Pablo d´Ors: “Una vida entera he necesitado para comprender que todo es un espejo; veinticinco años para darme cuenta de lo que las obras de arte me estaban enseñando desde el primer día que puse el pie en el museo: yo mismo, el otro, Dios.” Propongo, entonces, un ejercicio que nos permita ir afinando nuestros sentidos a través de la escucha, así sin más, del fragmento de una obra de Beethoven.
La actitud de estos Magos es un cuestionamiento muy profundo a los cristianos que, desde nuestro creer saberlo todo, estamos lejos de reconocer la presencia misma de Jesús… y de descubrir la acción de Dios en las pequeñas cosas de la vida.