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Héctor Quintero López, Escuela de Conservación y Restauración de Occidente

Gracias a la total disposición de su poseedor actual, se ofrece aquí, en el marco de dos centenarios, el del supremo reconocimiento que la Iglesia confiere a una imagen sagrada, la coronación pontificia, y del rango civil supremo que se le dio al tiempo de nacer México emancipado de España, en 1921 y en 1821 respectivamente, la mejor pintura que de ella ha llegado hasta nosotros.

Se trata de un documento de primer orden, pues junto con su prodigioso estado de conservación y el título de la obra sabemos cuándo y quién lo hizo: “año de 1714. Agustín Ramírez F[ecit]”.

La opulencia de su ornamentación

Aplicando al “verdadero retrato” de la Zapopana el método iconográfico, ante todo tenemos el caso de un trabajo que produjo un pincel excelente, al que sólo pudo mover el encargo que para ello le hizo un mecenas particular o institucional muy pudiente, y al que corresponde lo fino, prolijo y minucioso del trabajo, dedicado a retratar de pie a una joven de rasgos dulces y pueriles, tez clara, con las manos juntas, mirada serena y sonrisa apenas insinuada.

Su vestimenta es de lo más rica: vestido y manto triangular aparatosos sobre los que cae por los hombros una cabellera abundante que ciñe corona imperial. Descansa la modelo sobre una base de plata de formas caprichosas y dos medias lunas; la engasta el arco de medio punto de un nicho que cae en dos columnas tritóstilas de fuste helicoidal, en las que se enreda y cortinaje rojizo y de profundos pliegues.

Análisis iconográfico

En el satélite representado dos veces se alude al título primitivo de Nuestra Señora de Zapopan, la Purísima Concepción. Del aderezo de los textiles de su riquísimo vestido –brocados con oro y plata en formas vegetales de gran variedad decorativa y encima de él guirnaldas compuestas por hilos de perlas y joyeles de oro y esmeraldas–, sobresale su atributo principal, que pende a la altura del vientre: una diminuta cruz romana cuajada de esmeraldas, en alusión a su ulterior título, la expectación del parto de la Santísima Virgen.

Circundan su cuello collares y encajes; de sus lóbulos caen delicados zarcillos; anteceden las manos orantes brazaletes de perlas y puntillas y de las mangas del vestido otras más amplias, de las llamadas de punta o perdidas, pues si la Virgen es Emperatriz del cielo, su atuendo es el usado entonces por la Reina y damas de la corte de España.

A eso corresponde también el color bermellón del vestido pero también la amplitud del manto azul, al que sirven de remate orlas de lujosa blonda metálica, confiriendo toda la majestad posible a este simulacro de la Madre de Dios la cabeza la corona imperial.

Descripción iconológica

Corresponde esta obra a una modalidad de las devociones religiosas locales, la el ‘verdadero retrato’, que consiste en exhibir una imagen sagrada habitualmente cubierta por un velo.

La exquisitez del nicho y de las prendas descritas junto con el velo entreabierto enfatizan su rango taumaturgo.

Agustín Ramírez (sic), pintor novohispano muy respetado, debió tener ante sí el libro Origen de los dos célebres santuarios de la Nueva Galicia, del Obispado de Guadalajara en la América Septentrional, del R. P. Francisco de Florencia, S.J. que financió en 1694 el Obispo de Guadalajara don Juan Santiago de León y Garabito, pues con su pintura anticipa lo que se granjeara la imagen de la capital del reino un cuarto de siglo después, en 1734: la de ser jurada Patrona de Guadalajara contra rayos, tempestades y epidemias.

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