En la cuarta y última parte de la entrevista por su aniversario Cardenalicio, Don Juan Sandoval Íñiguez narra lo que ha sido su etapa como emérito y como disfruta esta parte de su existencia.
Monserrat Ayala Razo / Sonia Gabriela Ceja Ramírez
Nacido en Yahualica, Jalisco, el 28 de marzo de 1933, hijo de un hombre de campo y de una mujer de hogar, Don Juan Sandoval Íñiguez abrazó la vocación sacerdotal siendo un adolescente sin imaginar nunca llegar a ser Cardenal de la Iglesia Católica.
El próximo 26 de noviembre se estarán cumpliendo 25 años de que fuera electo como miembro del Colegio Cardenalicio por el Papa Juan Pablo II, hoy reconocido con la gloria de los altares.

Desde hace 8 años, el 07 de diciembre de 2011 fecha en que el Papa Benedicto XVI aceptara su renuncia como Arzobispo de Guadalajara, el Cardenal Sandoval dejó de gobernar la diócesis pero eso no significa que su ministerio sacerdotal haya claudicado, pues su escudo episcopal es muy claro, en él se lee la palabra Servus y ese ha sido probablemente el eje de su vida, el servicio.
Cumpliendo el mandato canónico
En entrevista para Arquimedios Don Juan Sandoval explicó que desde el Concilio Vaticano II los Obispos y sacerdotes deben presentar su renuncia a todos los cargos al cumplir 75 años.
“El Concilio Vaticano II sugirió que por cuestión de edad o de enfermedad, al cumplir los 75 años se presentara la renuncia. Esta sugerencia se hizo ley en el Código de Derecho Canónico de 1983, y así, cumpliendo con esta ley, al cumplir 75 años yo presenté mi renuncia al Papa Benedicto XVI. Él me dejó todavía casi cuatro años más.
“Cuando vino a México, a León, me dijo, oiga, pero está re joven, y yo le contesté, ‘pues pa’ qué me quitó, usted nomás vio el cuaderno con la edad, me hubiera visto la cara…’ bromeando se lo dije”.
Adaptarse a la nueva etapa
“Cuando te aceptan tu renuncia cambia tu vida totalmente y tienes que buscar cómo adaptarte. Si no te adaptas entras en una depresión profunda, en una tristeza, en un enfado… entonces, tienes que buscar el sentido más profundo de tu existencia y situarte frente a la Iglesia.

“Uno tiene que pensar que no eres el dueño, eres un servidor de Cristo. Y si el Señor dice, quítate, me quito, porque uno no es el dueño de las ovejas ni de la diócesis.
“Además, te quedan muchas cosas qué hacer, como es rezar o hacer apostolado porque eres sacerdote para siempre… puedes ponerte a leer. Hay muchas cosas, es lo que he procurado hacer desde entonces”.
En estos años como Arzobispo emérito, el señor Cardenal asegura que tiene muchas invitaciones a fiestas patronales y confirmaciones, sobre todo. “También me invitan a dar conferencias, ejercicios espirituales, tanto en Guadalajara como fuera de. Cuando estoy en mi casa me pongo a leer porque me gusta y tengo mucho que leer.
“Le pedí a Dios y se lo sigo pidiendo, que cuando fuera emérito me dejara dos cosas: la vista para leer y los pies para caminar. Pudiendo leer y pudiendo caminar, ahí me la llevo”.
Mantenerse al día y ofrecer buenos banquetes espirituales
Y es que para él sus libros son muy importantes: “El libro es un amigo disponible las 24 horas. En los libros buenos sigues aprendiendo, se aprende toda la vida, mantienes tu cerebro activo, no muerto, no dormido. Además, si tienes que predicar o que dar ejercicios y tu cerebro no está activo, no te pones al día, si tu capacidad de pensar y de discurrir se ha acabado pues nomás vas a leer sermones o leer lo que otro escribió.
“Hay gente que da ejercicios y nomás les dice, lean este libro. Eso no es dar ejercicios, eso no es predicar. Predicar es decir lo que tú crees, lo que traes dentro, y tienes que comunicarlo como tú puedas. Los predicadores somos testigos de la fe en Cristo. A mí nunca me ha gustado predicar leyendo. Es como ofrecer un platillo viejo que estaba en el refrigerador. Yo predico lo que traigo, lo que preparé en esquema, eso es lo que le sirvo a la gente”.
Los tiempos pasados eran mejores

Refiere que su tema favorito de lectura es la historia: “Historia de la Iglesia, historia universal, historia de México, novelas históricas”.
Señala que en todos estos años de ministerio ha visto cambios en la Iglesia pero esos cambios no siempre han sido positivos: “Por ejemplo, en la liturgia falta más respeto al Santísimo Sacramento, a veces no está en la Iglesia grande, por allá lo tienen escondido en cualquier sagrario, no gastan en velas o en una buena luz.
“Y la gente entra a la Iglesia aunque esté el Santísimo Sacramento, no hacen genuflexión, no lo saludan, llegan a sentarse derechitos.
“Eso ha venido a dañar mucho la fe del pueblo en la Eucaristía, pienso yo.
“Las celebraciones también han venido a menos. A veces son más una charla con la gente, que un misterio de presencia de Dios. Creo que ahí hay un poco de falta.
“Ha habido también una cierta laxitud en la moral por la mala interpretación del Concilio Vaticano II, los sacerdotes creen ser dueños del misterio de Dios y no somos dueños, somos administradores. Y San Pablo dice de los administradores, lo que se busca es que sea fiel.
“Cuando dicen oiga padre, es que no alcancé a confesarme, me da permiso de comulgar, y les dan permiso. O las mujeres, oiga padre, me da permiso de tomar la píldora, pues tómatela ¿Va eso con la doctrina de la Iglesia?
“La crisis que se vive actualmente es profunda por el libertinaje. Se ha exaltado mucho la independencia de los hijos con respecto a los padres, con respecto a la Iglesia y a cualquier doctrina. La mentalidad es que nadie tiene que decirles qué hacer porque cada quien es libre. Se olvidan de que somos creaturas, que tenemos un Creador y unos límites marcados por el nacer y el morir, y el juicio de Dios”.
A quienes han sido llamados por Cristo
A los sacerdotes o a quienes se están formando para ejercer el sacerdocio ministerial, el Cardenal Sandoval exhortó a que “vivan su ministerio con entrega y generosidad, porque Dios no paga mal. Al trabajador de la viña del Señor le paga muy bien primero con una paz en el alma, con una felicidad profunda que a veces otra gente no tiene, la tiene quien trata de cumplir con Dios y entregar su vida al servicio de Dios. Después, esperamos el premio de la vida eterna”.
