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El mundo celebra 250 años de este gran músico cuyo carácter y arte se forjaron a través de una infancia dura. Conoció la gloria a través de su obra y luego quedó en silencio para poder escuchar lo más importante.

Sergio Padilla Moreno

El próximo 16 de diciembre se conmemorarán los 250 años del nacimiento de uno de los artistas más grandes de todos los tiempos: Ludwig van Beethoven (1770-1827). Hablar de este hombre es todo un reto, porque podríamos abordarlo desde su colosal talento como compositor, su virtuosismo como pianista o desde la dimensión de un hombre que enfrentó, como músico, el más despiadado de los destinos: la sordera.

Su infancia y su gloria terrena

Los primeros años de la vida de Beethoven estuvieron marcados por la presencia de una madre melancólica y un padre atrapado en el alcoholismo, quien, al ver el talento de su hijo, quiso aprovecharse de él pensando que sería un nuevo Mozart.

Los difíciles años de su niñez forjaron en el futuro compositor un carácter recio, un hombre asertivo, responsable y que supo plantarse con dignidad frente a la aristocracia que veía a los artistas por encima del hombro.

Su talento musical fue impulsado por diversos maestros, hasta llegar a tener una entrevista con el mismo Wolfgang Amadeus Mozart quien se expresó sobre él: “Algún día dará que hablar al mundo”. Cuando a los veintidós años dejó su natal Bonn para llegar a Viena, capital europea de la música, comenzó una de las etapas más luminosas de su carrera. En la majestuosa ciudad compuso sus primeras sonatas para piano, destacando la Appasionata, la Patética y Claro de luna.

Llegó a ser discípulo de Franz Joseph Haydn, el famoso compositor conocido como “el padre de la sinfonía”, quien gozó de la admiración y gratitud de su alumno, pero quien tuvo la libertad de manifestarle a su maestro su visión distinta de la música. En 1880 estrenó su Primera sinfonía, era reconocido por su talento en la improvisación en el pianoforte (antecedente del piano moderno) y era apreciado como profesor de dicho instrumento por las familias más acomodadas de Viena. Todo parecía reluciente y prometedor.

De la luz a las sombras

En el verano de 1802, mientras paseaba con su amigo Ferdinand Ries por el bosque de Viena, éste escuchó el sonido de un caramillo tocado por un pastor, pero Beethoven, por más esfuerzo y atención que puso, no lo pudo escuchar. A partir de ese momento el carácter del joven compositor se volvió sombrío.

El 6 de octubre de 1802 escribió el llamado “Testamento de Heiligenstadt”, donde expresó, entre muchas otras cosas, un grito lleno de dolor y angustia, ante la “¡cruel experiencia de saber que no voy a poder oír más!”. 

Beethoven se sobrepuso al dolor y la angustia, y a medida que iba perdiendo su capacidad auditiva, compuso las páginas más gloriosas de la música de todos los tiempos.

Crecernos al dolor

El P. Javier Melloni SJ, habla constantemente de la importancia de la aceptación de la realidad y ponerle nombre a lo que sentimos, sin edulcorantes ni sordinas. Beethoven lo hizo desde el momento mismo en que los tratamientos para la sordera no funcionaron, pues supo que el silencio que el destino le imponía era para escuchar, en su corazón y su mente, la música más sublime, tierna y poderosa que nos legó.

El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx

Sinfonía Nº 1, en Do mayor, Op. 21. Ludwig van Beethoven

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1 comment

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Leydi noviembre 23, 2020 - 12:45 pm

Que bello poder comprender nuestro propio interior y armonizar con él. Pido a Dios esta gracia para mi y poder descubrir lo que Dios busca en mi y servirle con amor y alegría.

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