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Román Ramírez Carrillo

Este 30 de agosto se conmemora el Día Internacional de las víctimas de las desapariciones forzadas. Como desaparición forzada la ONU se refiere al “arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes gubernamentales o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”, según la Declaración sobre la protección de todas las personas contra las desapariciones, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 18 de diciembre de 1992.

Ante este problema, la Iglesia ha renovado en diversas ocasiones su llamamiento a defender siempre la dignidad y la centralidad de toda persona, el respeto de los derechos fundamentales, como se destaca en la doctrina social de la Iglesia

Tras la desaparición de cinco jóvenes amigos en el municipio de Lagos de Moreno el 11 de agosto, la Iglesia católica pidió a la población mexicana estar unidos por la paz, por los desaparecidos y sus familias.
Los Obispos de México hacen un fuerte llamado a no criminalizar a las víctimas, a no construir prejuicios, y enfatizan: “Reflexionemos: ¿qué pasaría si fuera uno de nuestros seres queridos?, ¿qué apoyo y qué ayuda necesitaríamos de los demás?, ¿de las autoridades?, ¿de nuestros vecinos?, ¿de la sociedad?”.
“Por eso aprovechamos este espacio para hacer un llamado a quienes habitamos este país a que seamos sensibles a estas historias de dolor, a conocerlas para unirnos como sociedad y encontrar en la unidad las acciones necesarias para frenar las desapariciones”.
Asimismo, hacen un reconocimiento a las madres de familia, que se organizan en colectivos, en redes de búsqueda, pues “con ese esfuerzo incansable nos enseñan a encontrar al ser humano que ha desaparecido en cada uno de nosotros”.
Y nos recuerdan que la tarea más importante es fortalecer el amor y ayudar a sanar las heridas, reconociendo que la superación de la violencia sólo será posible “con el uso de herramientas que se consiguen con la oración y con la educación que capacitan para hablar un lenguaje de paz”.

@arquimedios_gdl

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Papa Francisco

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