PBRO. ARMANDO GONZÁLEZ ESCOTO
La crisis de identidad que viven los católicos en el mundo actual ha generado maneras de verse a sí mismos muy equivocadas, un fenómeno que en Guadalajara es bastante común. ¿Qué somos, quiénes somos? ¡Somos miembros de una Iglesia global dirigida desde el Vaticano? ¿Somos miembros de una Iglesia nacional, con sede en la Ciudad de México? En cualquiera de los casos acabaríamos siendo una sociedad anónima de responsabilidad limitada.
No somos una Iglesia global con sede en el Vaticano, porque la sede del Papa no es el Vaticano, aunque ahí viva, sino la catedral de San Juan de Letrán en Roma, tampoco somos una Iglesia global o nacional, porque la comunidad cristiana se expresa por medio de pequeñas comunidades, llamadas diócesis, no de naciones o aldeas globales.
En la medida que nos identificamos con un catolicismo global o nacional, nos convertimos en una sociedad anónima, sin raíces propias, sin memoria histórica, con una identidad artificial que no se corresponde con la verdad del propio origen, porque ese origen se ha desdibujado, se ha vuelto legendario o fantasioso, sin base real.
Y como suele suceder en una sociedad masificada, nuestra responsabilidad se diluye o se limita, a la vez que nuestras acciones se vuelven discordantes, carentes de sustento, si no sabemos quiénes somos, ¿cómo vamos a saber hacia dónde dirigirnos? Trabajar por un reino de los cielos que se vuelve abstracto no es muy atrayente.
El apóstol Pablo nos dice que el cristiano trabaja por la edificación de la Iglesia ¿Cuál iglesia? ¿La global o la nacional? En los tiempos de san Pablo no había ni podía haber “iglesias nacionales”, ya que la comunidad establecida por Cristo estaba más allá de razas y naciones, tampoco se trataba de iglesias globales, pues la universalidad de la Iglesia católica no tiene que ver con la extensión, sino con la plenitud de los medios para alcanzar la salvación, plenitud que se tiene en cada Iglesia diocesana, presidida por su obispo, en comunión con todas las diócesis del mundo a través del primado del Papa.
Por lo tanto, la identidad católica, eso que nos libra de ser sociedades anónimas, se origina, funda y desarrolla en y desde la Iglesia diocesana, esa porción de pueblo de Dios que vive y camina en un determinado y muy concreto territorio, pero es precisamente esa identidad de ser Iglesia diocesana lo que hoy se halla tan perdido, y explica en parte, los pocos resultados que estamos dando, ya que la acción sigue al ser, pero si no sabemos quiénes somos como individuos y como comunidad católica nuestras acciones se dispersan y diluyen en inercias, activismo, rupturas y conformaciones nebulosas.
Hoy día hasta las empresas de cualquier tamaño saben lo importante que es el que todos sus miembros se identifiquen con la propia marca, se mantengan fieles a esa marca, y de este modo hagan prósperas sus acciones, a nosotros nos está fallando esta importante condición.
armando.gon@univa.mx