Al iniciar el año, escuchamos la voz de Juan el Bautista que nos presenta a Jesús y da testimonio
de Él.
La llegada del Señor al mundo fue de una forma ordinaria, como nacemos todos, pero acompañado de señales maravillosas, como la presencia de los pastores y los Magos de Oriente, pero también con una misión precisa: “Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Así se sintetiza su ser
y su quehacer al hacerse hombre como nosotros.
Jesucristo es el Cordero Pascual, el que se va a inmolar, el que va a derramar su sangre, a dar su vida por nosotros en la cruz, para que nuestros pecados sean perdonados.
El camino que Jesús eligió para cumplir su misión –la de salvarnos– fue el camino del sufrimiento, de la muerte, de la cruz.
Para que fuéramos reconciliados con Dios, Él se inmoló por nosotros.
Su poder y su eternidad no se ponen en duda, y así lo aclara Juan el Bautista a sus discípulos, al señalar que el que viene detrás de él, es decir, Jesús, tiene precedencia sobre él, porque ya existía antes que el precursor.
Juan el Bautista reconoce que Jesucristo pre existía antes que él porque es el Hijo eterno del Padre. Reconoce que él solo bautiza con agua, pero Jesús bautizará con la fuerza y el poder del Espíritu. Juan dio su testimonio, vio que el Espíritu, en forma de paloma, se posaba sobre su cabeza.
Es muy importante para nuestra vida cristiana que reafirmemos que Jesucristo, nacido de la Virgen María,
en la pobreza de nuestra carne, es el verdadero Cordero de Dios que borra nuestros pecados, y es el verdadero Hijo de Dios hecho hombre.
El día de nuestro Bautismo fuimos unidos íntimamente a Él, nos bautizó con la presencia y la fuerza de su mismo Espíritu. Por eso comenzamos a ser, en verdad, hijos de Dios, porque Jesucristo nos participó y nos bautizó con su Espíritu.
Más allá de este regalo, de este don que recibimos en el Bautismo, se nos dio una misión, y esto es lo que tenemos que entender, asumir y poner en práctica.
Si somos discípulos, partícipes del mismo Espíritu de Jesús, tenemos en el mundo su misma misión; misión que es de humildad, no de poder; es de amor, no de odio ni venganza.
Nuestra misión es de acercamiento a las necesidades de las personas; es dar y administrar la infinita misericordia de Dios nuestro Padre en favor de nuestra pobre humanidad. Puesto que nos bautizó por su Espíritu y nos participó de Él, espera que todos cumplamos –en su nombre– esta misión.
Sembremos el amor, la fraternidad, el perdón y la reconciliación, y manifestemos –de palabra y de obra– la infinita misericordia de Dios para con todos, pero especialmente a quienes más lo necesitan. El camino es concreto, como lo es nuestra misión.
Somos testigos de Jesucristo, sus discípulos, actuamos en nombre de Él para hacerlo presente en el mundo, en la vida diaria, en nuestras relaciones.
Que el Señor, con la fuerza de su Espíritu nos anime, nos sostenga, nos renueve y nos dé la gracia de ser fieles.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.