Pbro. Armando González Escoto
En la comunidad cristiana, a lo largo de los siglos, han coexistido por lo menos dos maneras de enfrentar la realidad, sobre todo cuanto ésta es agresiva, una ha sido refugiándose en la religión, la otra, evangelizando.
De la misma forma el Evangelio se ha propagado por lo menos de dos formas, como educación en la fe, y por lo tanto insistiendo en el aspecto del aprendizaje, o como comunicación de vida, y por lo tanto insistiendo en el tema de la experiencia de Cristo como el factor fundamental.
Para educarse en la fe están las escuelas y hasta el mismo seminario, donde se puede uno hasta doctorar en la fe. La experiencia de Dios es y será siempre otra cosa, extraordinariamente distinta a la mera educación religiosa con o sin grados universitarios.
Pero la misma experiencia de Cristo puede ser algo meramente emocional, momentáneo, o un encuentro de fondo, sosegado y transformador.
Las experiencias emocionales se logran creando artificialmente un ambiente con ayuda del canto, la predica exaltada, la catarsis, la colectividad gritando, pero, así como llegan se van, sin dejar otro rastro que las emociones mallugadas.
El encuentro de fondo exige de una dinámica infinitamente superior y distinta, de mayor tiempo, de más largos y constatables resultados.
Predicar el Evangelio no es especialmente difícil si se conoce su contenido y se dominan algunas tácticas pedagógicas para comunicarlo, pero ser Evangelio para los demás, eso sí que resulta exigente y complicado.
Comunicar el Evangelio como quien da una clase de algo, puede eventualmente lograr un buen resultado, pero ser Evangelio para los demás siempre da los mejores resultados.
Con frecuencia algunos predicadores lo que hacen es leer un sermón, pero aún eso se puede hacer de dos maneras, como quien declama o dando alma a lo que se está leyendo.
Dar alma a lo que se está leyendo puede nacer de una muy buena imitación, o de una actitud honesta, en cualquier caso, los oyentes saben distinguir entre el que finge y el que siente.
Consagrar a Cristo Rey la ciudad, el Estado, la nación o el mundo entero resulta laborioso, pero no suele comprometer a mucho.
Es laborioso, es trabajo de ceremonieros y de ceremonias solemnes y emotivas, en las que no pocos participantes consideran que con eso basta para que todo cambie y mejore, sin su personal colaboración.
Comprometerse cuesta más, exige en primer lugar tomar conciencia de que ya estamos consagrados a Cristo por el bautismo, que la Iglesia misma es el cuerpo de Cristo, consagrada a Él, que no harían falta más consagraciones, sino hacer efectivas las que ya hay.Si para retomar esa urgente conciencia es oportuno consagrarse otra vez o reconsagrarse o reconcientizarse, o reconvertirse o re… lo que sea, pues habrá que hacerlo, siempre y cuando recordemos que la consagración no es un refugio, sino un compromiso, el compromiso de ser Evangelio para los demás, y serlo de verdad.