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Pbro. José Luis González Santoscoy

Un joven que pasaba por un momento de tristeza y baja autoestima, acudió a un hombre sabio que -le dijeron- podría ayudarlo. Cuando llegó a él le dijo: “Maestro, necesito de su consejo. Ya no tiene sentido mi vida, nada me sale bien y siento que no valgo nada, ayúdeme por favor”.

Aquel hombre estaba leyendo un libro y sin mirarlo le dijo: “Cuánto lo siento jovencito, por ahora no puedo ayudarte, tengo muchas cosas que hacer y pendientes por terminar. Quizás, si tú pudieras ayudarme a mí, podría terminar más pronto y ahora sí, poder ayudarte a ti”. El muchacho no entendía lo que estaba pasando, pero no podía volver de donde vino, entonces le contestó: ¡Claro que sí maestro, dígame en qué puedo ayudarlo!

El maestro le entregó un anillo de oro al joven y le dijo: “Toma tu coche y ve al mercado que está aquí cerca. Tengo que vender ese anillo lo más pronto posible. No lo vendas por menos de una moneda de oro”. De inmediato el chico tomó el anillo y se subió a su coche.

Al llegar al mercado comenzó a ofrecerlo a todos, comerciantes, clientes y a quien se cruzara por su camino. Muchos, al ver el anillo, le prestaban atención con interés, pero al escuchar el precio, se daban la vuelta o se reían de él. ¿Cómo crees que ese anillo va a costar lo que pides? ¡Es muchísimo!, le dijo un mercader. 

Incluso, una señora le ofreció tres monedas de plata y un simple reloj, pero aquel joven tenía indicaciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la única oferta que le hicieron. Después de caminar por todo el mercado ofreciendo el anillo y no lograr el pedido del maestro, se marchó triste y decepcionado.

Aquel joven triste pensaba: ¡Cuánto desearía tener yo esa moneda de oro para pagarle al sabio! Cuando llegó con el maestro, le dijo: “Maestro, lo siento tanto, pero no pude conseguir que nadie me pagara lo que tú me pedías, solamente una señora me ofreció tres monedas de plata. No creo que nadie quiera pagar ese costo, el anillo no vale ese precio”.

¡Qué importante es lo que acabas de decir joven!, dijo el maestro. No podemos ofrecer este anillo sin antes conocer su verdadero valor, ahora sube a tu coche y ve con el joyero. Nadie mejor que él podrá conocer lo que vale. Dile cuáles son tus intenciones y no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. En cuanto te diga el precio, regresa conmigo.

Así lo hizo, llegó con el joyero y le pidió revisar aquel anillo. El hombre miró la joya, lo pesó, lo midió y le dijo: “Dile al dueño de este anillo que, si quiere venderlo ahora mismo, no puedo más que ofrecerle 58 monedas de oro. Si no le urge, podría conseguir hasta 70 monedas”. ¿70 monedas? ¿Está seguro?, exclamó el joven.

De inmediato salió de la tienda y llegó con el maestro para contarle todo lo que había sucedido. ¡Ven y siéntate!, dijo el sabio. Tú eres como ese anillo, con un valor único, solamente un experto puede reconocer lo que verdaderamente vales. ¿Por qué permites que todo el mundo pueda juzgarte y ponerte el valor que le plazca?

El joyero de la vida es Dios, Él mismo nos ha creado con sus manos a su imagen y semejanza, Él conoce para qué estamos hechos y sabe cuál es nuestro valor. Es más, hasta pagó el precio por adelantado por cada uno de nosotros al morir en la cruz.

No dejes que nadie pague menos de lo que tú vales. Dios sigue dispuesto a darlo todo por ti, por tenerte junto a Él. Acércate y déjate valorar.

Facebook: Padre José Luis González Santoscoy

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