ALFREDO ARNOLD

En el año de 1986, al finalizar una gira por el estado de Sinaloa, el entonces presidente Miguel de la Madrid hizo una declaración inesperada; inesperada porque en los días previos había sido testigo del gran desarrollo agroindustrial y turístico que experimentaba la entidad en contraste con la difícil situación económica por la que atravesaba el país. Pero, en lugar de privilegiar el elogio, que por lo menos era una forma cortés de terminar la gira, expresó: “El cáncer de Sinaloa es el narcotráfico”. Aquella afirmación hecha en el municipio de Escuinapa, el más sureño del estado, causó molestia en el gobierno estatal y entre los sectores productivos, ya que fue considerada inequitativa y estigmatizante.
Han pasado 37 años desde entonces y el “cáncer” ya no se le puede achacar a un solo estado.
¿Cómo, quién y cuándo inició este problema del que no se puede curar México? Seguramente, el consumo de drogas es un tema que se pierde en la historia, no sólo en la de México sino en la historia de la humanidad. Uno de los episodios más difundidos es la Guerra del Opio, un sangriento conflicto entre Inglaterra y China ocurrido a mediados del siglo XIX, sin embargo, los hongos alucinógenos ya eran consumidos desde la antigua Grecia y el peyote ha acompañado a diversas culturas americanas desde tiempos precolombinos.
Antonio Haas Espinosa de los Monteros, un gran personaje fallecido en 2007 fue un próspero agricultor mazatleco que también incursionó en el mundo de las letras y el periodismo; era editorialista de Excélsior y escribió el libro “El bicentenario fue ayer” (1976), en referencia a los doscientos años de la Independencia de Estados Unidos. Toño Haas explicaba que la “nueva ola” de los estupefacientes mexicanos inició en 1951, cuando se desarrollaba la Guerra de Corea en la que Estados Unidos participaba directamente. El Gobierno norteamericano, previendo que la guerra podría ser larga, inició la construcción de hospitales en puertos mexicanos con el objeto de que sus heridos pudieran ser atendidos rápidamente en Acapulco, Manzanillo o Mazatlán. Pero no sólo eso, sin que además comenzó a sembrar amapola para producir morfina que eventualmente suministraría a sus marinos heridos.
La guerra terminó en 1953, los hospitales no se terminaron de construir, pero en cambio se quedó el aprendizaje del cultivo de la “adormidera”. Y de ahí en adelante.
No pasó mucho tiempo para que los propios norteamericanos advirtieran el problema que habían creado; ejemplo de ello es la siguiente nota de la agencia UPI publicada en el diario Las Américas, de Miami el 9 de mayo de 1962, bajo el siguiente encabezado: Investigan el gran tráfico de narcóticos a EU desde México: “Lee Echols, aguacil mayor del condado de Yuma, en Arizona, dijo ayer a la subcomisión de delincuencia juvenil del Senado que la creciente entrada en el país de narcóticos derivados del opio procedentes de México, está financiada y organizada por un pequeño grupo de acaudalados y audaces mexicanos. Pueden verse fácilmente desde un aeroplano extensos campos de adormideras, de las que se extrae el opio (…) La cosecha se ha destinado casi exclusivamente al consumo en los Estados Unidos. El juez de
El Paso, Woodrow Wilson Bean, citó un informe del Departamento de Vigilancia de aquella localidad, que mencionaba muchachos de 13 a 17 años como víctimas asiduas de barbitúricos y narcóticos, vendedores de marihuana y poseedores de heroína”.
Durante varios años, el consumo de estupefacientes en México no pasaba de ser un hábito mal visto por la sociedad y un delito más o menos perseguido por las autoridades. Pero poco a poco fue creciendo y diversificándose hasta convertirse en un problema de seguridad nacional. Pero ni en la década de los 50s cuando terminó la Guerra de Corea, ni en 1962 cuando ya había quejas del Gobierno de Estados Unidos, ni en 1976 cuando Toño Haas explicaba el problema, ni en 1986 cuando Miguel de la Madrid se refería a este “cáncer”; nunca, para acabar pronto, ha existido una verdadera estrategia oficial para erradicarlo. Da la impresión de que no quieren hacerlo, probablemente porque su manejo político puede resultar muy útil en determinadas ocasiones. Lo peor es que ya no se trata sólo de un problema de salud pública, sino que ha escalado a niveles insospechados de violencia e inseguridad.
¿Cuándo comenzó, quién puso la muestra?… eso ya es historia; lo verdaderamente importante es que haya quien pueda y quiera poner las cosas en orden.
*El autor es LAE, diplomado en Filosofía y periodista de vasta experiencia. Es académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara.