Pbro. José Marcos Castellón Pérez
La pandemia del coronavirus ha dejado a muchos enfermos solos en las camas de hospital sin poder recibir ninguna visita ni la del sacerdote, excepto la de médicos y enfermeros. Nos llegan noticias de quienes desgraciadamente han muerto, a causa de la enfermedad del COVID-19, no han tenido la oportunidad de despedirse de sus familiares ni recibir el consuelo de los sacramentos como la confesión, la unción y el viático. Enfermos que durante su vida pidieron a Dios, por la intercesión de la Virgen y de san José, una buena muerte, que no los dejara partir de este mundo sin recibir los últimos sacramentos. Enfermos también, aunque no agonizantes, que necesitan el consuelo de la confesión, de la comunión y de la unción sacramental. Por eso, al dolor de la enfermedad, y quizá de la agonía, se adhiere el dolor de sentirse aparentemente abandonados de Dios, de no poder experimentar los signos sensibles de la gracia por los cuales experimentamos a ese Dios misericordioso con una asombrosa cercanía.
En muchos casos la oración personal y, de forma especial, la transmisión de la Eucaristía a través de los nuevos medios de comunicación podrían llevar algo de alivio espiritual, pero siendo signos sensibles no pueden ejecutarse con toda su eficacia virtualmente sino de forma presencial, especialmente tratándose del sacramento de la penitencia, puesto que no se puede confesar a alguien por llamada telefónica, por video o por chat, ya que se necesita la forma del sacramento que exige la presencia del ministro de frente al penitente.
Sin embargo, aunque los siete sacramentos son los caminos ordinarios por los que Dios nos otorga su gracia, también hemos de ser conscientes de que él buscará caminos extraordinarios para acompañar, consolar y fortalecer en tiempos extraordinarios, como el que estamos viviendo. Pues el Espíritu Santo se las averigua para que la gracia divina llegue a quien ardientemente la desea.
En este sentido, el Papa Francisco, en su homilía del 20 de marzo, en plena contingencia epidemiológica que impide a los presbíteros acercarse a ofrecer los sacramentos, ha recordado lo que la doctrina cristiana ha enseñado desde siempre. En caso de no poderse confesar con un presbítero, por el momento que dura la contingencia, es suficiente el acto de contrición perfecto; es decir, entrar en lo profundo del corazón y reconocer que se es pecador, verdaderamente pecador por los pecados reales que se han cometido y al reconocerlos, con todo el dolor posible del corazón, pedir perdón a Dios por haberle ofendido y hacer el propósito de no ofender más al buen Dios.
Con esa confesión espiritual, Dios en su infinita misericordia perdona al pecador y le prepara para que en el momento oportuno pueda acercase a recibir la absolución. En este mismo sentido, como gesto de la misericordia divina y que Dios está acompañándonos en estos momentos, el Papa ha otorgado de forma extraordinaria la indulgencia plenaria a quienes nos unamos en oración con él el próximo 27 de marzo.