Pbro. Armando González Escoto
Las redes sociales son hoy día un increíble muestrario de la enorme diversidad de opiniones que existe en la sociedad, pero también de las muchas ortografías que se manejan, y las tantas maneras que la gente tiene de pensar o mejor dicho, de no saber pensar, o simplemente ni pensar.
Alguien dijo en una ocasión que el problema de muchos mexicanos es que no les acomodaron donde debían ir, dos de sus órganos principales, es decir, les pusieron el cerebro en el estómago, y el estómago donde debía estar el cerebro, pensar con el estómago y digerir con el cerebro genera consecuencias muy lamentables.
Recientemente un paisano subió a las redes sociales una singular conclusión: “la actual epidemia nos ha enseñado que las iglesias son prescindibles, pero no los hospitales, que los sacerdotes no hacen ninguna falta, pero sí los médicos, por lo tanto, debemos avocarnos a construir hospitales, no iglesias, formar a más médicos, y no a más sacerdotes”. Siguiendo la torcida línea de su razonamiento, habría que pensar lo mismo de los maestros, puesto que, a diferencia de las iglesias, las escuelas siguen cerradas.
Si pensáramos con lógica nos daríamos cuenta de que las actividades suspendidas no se suspendieron porque fueran prescindibles, o innecesarias, sino porque sus actividades, al exigir una participación comunitaria, favorecían el contagio del virus. Pero he dicho, “pensar con lógica”, una tarea que la educación mexicana ha descuidado desde hace décadas.
Todos tenemos la capacidad de pensar, pero no todos lo hacemos correctamente, para ello se requiere de formación, de por lo menos haber cursado esa materia que se llama lógica, o bien, saber adquirirla en la vida cotidiana, con la ayuda de muchos otros recursos, como la sabiduría popular que nos advertía de la tendencia que tiene la gente a hacer juicios generales siempre equivocados, creando dichos como: “al que mata a un perro le llaman mata perros”, o “no todo lo que brilla es oro”.
Esa misma carencia a la hora de pensar, analizar, relacionar, y concluir con juicios válidos, explica nuestras actitudes ante determinadas normas, por ejemplo, la insistencia en que la gente use cubrebocas, pero ¿qué hacemos?, “pensamos” que basta con traerlo en la bolsa, en la mano, colgado al cuello o dejando la nariz de fuera ¿qué parte de la indicación no se entendió?, ¿o qué es lo que se entiende para actuar de esa manera? Lo mismo sucede con los motociclistas que para “cumplir” con la norma de conducir llevando casco, se contentan con traerlo colgado al brazo, hasta que tienen un accidente y se quiebran la cabeza.
En el campo de la política hemos experimentado esta pobre manera de pensar con graves consecuencias, desde el momento en que el voto se decide por el candidato más guapo o por el más simpático, no por el más capaz y honesto, aunque reunir estas dos cualidades ha sido difícil en la historia de nuestra democracia.