Pbro. José Luis González Santoscoy
Hay un cuento que dice que un hombre dedicado a las labores del campo caminaba todos los días varios kilómetros de regreso a casa cargando en sus hombros un tronco, del cual, en cada uno de sus extremos, le colgaban dos vasijas de barro.
Una de las vasijas, por el uso y el pasar de los años, se encontraba más desgastada que la otra y estaba llena de grietas. Esto provocaba que cada que llegaba a casa, era la que menos llegaba con líquido en su interior. Molesta la vasija porque a su dueño no parecía importarle, le dijo a aquel hombre:
“Cómo es posible que después de tantos años no te has dado cuenta que estoy llena de agujeros y toda el agua se me escurre ¿qué no ves que ya no te sirvo para nada? Todo ese líquido cae por el suelo y a ti parece no importarte. Lo mejor será que me cambies por otra que pueda cumplir con esa encomienda”.
Aquel hombre, al percatarse que su recipiente le hablaba, se detuvo en el camino y le dijo: “¿Te has fijado el camino que hemos recorrido todos los días? ¿Lo has observado detenidamente?” La vasija no entendía la razón de aquella pregunta, por lo que sólo se limitó a decir: “¿Y de qué sirve? Si yo sé que no te sirvo para nada, ni siquiera soy capaz de llevar la mitad del agua a casa todos los días. En definitiva, la única solución será que me suplas por una nueva”.
Su dueño sonrió y tomándola entre sus manos, le dijo: “Vamos a regresar por nuestro camino ordinario y quiero que observes todo lo que hay en el suelo por el que tú pasas. ¿Observas las hermosas flores que hay?”. “Sí, pero ¿eso qué tiene que ver?”, respondió confundida la vasija.
“¿Te das cuenta de que solo hay flores de este lado del camino, por el que tú pasas?”, dijo aquel viejo. Estas flores han crecido y madurado gracias al agua que tú les compartes todos los días. Desde que noté lo de tus grietas y observé lo que pasaba, decidí plantar unas semillas en el camino. Como verás, ahora ya están verdes y muy coloridas. Gracias a su fruto es que puedo llevar todos los días algunas a casa para que adornen nuestra mesa y nos alegren con sus aromas; todo gracias a que tú las riegas diario. Definitivamente, me sirves muchísimo y no pienso cambiarte por otra, ya que tienes mucho para dar”.
Todos y cada uno de nosotros tenemos muchos defectos y cometemos errores, pero también fuimos dotados con muchas virtudes. No podemos pasarnos la vida comparándonos con los demás, por lo que somos, por lo que tenemos y por lo que nos falta.
Dios nos conoce muy bien pues fuimos creados por Él, fuimos hechos con un propósito muy grande, más allá, incluso, de lo que nosotros nos podamos imaginar. A tus ojos, aquellos grandes defectos en los que pones tu mirada, no hacen más que estorbarte, pero para Dios tienen un propósito mayor que puede ayudar a muchos otros. Pidamos al Señor que nos haga un perfecto instrumento de amor, paz y alegría para los demás.
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