Pbro. Armando González Escoto
La defensa de la vida, desde su concepción hasta su muerte natural, es un principio de valor universal que la comunidad católica sostiene y defiende en congruencia con su vocación humana y cristiana. Con igual cuidado y atención debe procurar que su legítima lucha, no se vea atravesada, ni por partidismos políticos, ni por ideologías extremistas. Deberá también analizar a fondo los recursos y las formas de que se vale para sostener esta lucha sin caer en provocaciones.
En otro momento de nuestra historia, en 1918, cuando las leyes eran igualmente adversas a algunos derechos humanos, un incomparable líder social, Anacleto González Flores, tuvo la capacidad de dar inicio a un poderoso movimiento por la democracia y la libertad, ateniéndose en todo momento a las reglas establecidas por las leyes vigentes, nacía entonces la resistencia pacífica, cívica y democrática que fue bastante exitosa, y lo podría haber sido de nuevo, en 1926, si no es que la “Liga Nacional defensora de la libertad religiosa”, fundada en la Ciudad de México, rompiera el proceso. Esta agrupación tenía un nombre muy largo y poca gente. En Jalisco la Unión Popular, fundada por Anacleto, tenía un nombre muy corto pero mucha gente, no lanzada a la confrontación sino a la lucha democrática.
En efecto, el espacio católico no puede ser un campo de batalla entre personas arrebatadas, hoy lo que se necesita es generar ambientes de diálogo y encuentro, esos espacios a los que el Papa Benedicto XVI llamó los nuevos areópagos, pero a los cuales no se puede asistir desde posturas extremas, mucho menos con actitudes protagónicas, donde todo asunto se convierte en una cuestión personal, en una lucha de “egos”.
Tampoco es honesto difundir, una y otra vez, mensajes alarmistas por medio de las redes sociales, enviando torpemente fotos de lo que sucede en otras partes como si estuviera sucediendo aquí, e invitando a la gente a proteger la Catedral o el templo Expiatorio con ocasión de tales o cuales marchas o manifestaciones de la sociedad civil.
Lo han hecho, por cierto, sin ninguna necesidad, teniendo luego que retirarse muy frustrados porque nadie los agredió, pese a que su posición, más que de defensa parecía de provocación. Recuerdan aquella anécdota, de la mujer que se fue a bañar al río, muy temerosa de que la vieran, pero ella misma vio a unos arrieros que se alejaban y comenzó a gritarles a todo pulmón “hey, ustedes, no vayan a voltear que me estoy bañando”.
Ni la Iglesia como institución, ni sus miembros, puede ser manipulada por el extremismo de cualquier signo, tampoco sus símbolos deben ser usados para arropar posturas incorrectas, aun si para lograrlo acuden al expediente de traer de otras partes a conferencistas o predicadores, tan exaltados como ellos, para que nos digan lo que debemos hacer, como si en Guadalajara no supiéramos.
Otro gallo nos cantara, si los defensores de los templos aprovecharan la ocasión para solidarizarse con las causas legítimas que defiende la sociedad civil.