Pbro. José Marcos Castellón Pérez
La democracia, que es el poder en manos del pueblo, ha sido definida como la mejor forma de organización social hasta ahora conocida, aunque no perfecta. Recordemos que la humanidad ha tenido la necesidad de organizarse a través de normas claras de convivencia, que fueron configurando, poco a poco, los derechos escritos en un código constitucional; además de que este se garantice para todos por la mediación de una autoridad legítimamente constituida.
Hasta ahora conocemos que el primer código legal se consignó en grabados de piedra por el rey babilonio Hammurabi, aproximadamente en el 1,700 a.C. y que, ayudado de la interpretación legal de los sacerdotes, le servía en el ejercicio de impartición de justicia a su pueblo.
Las más primitivas formas de organización social corresponden a la familia patriarcal, pero en el nacimiento de las ciudades, el patriarca tuvo que dejar su autoridad al rey.
La monarquía supuso una férrea jerarquización de funciones sociales que brotaban exclusivamente del monarca y eran efectivas estas funciones en la medida de la capacidad de cada rey, la mayoría de las veces ligada a la pericia y al poder militar.
En las ciudades-estado griegas, llamadas polis, nació y se desarrolló la democracia como forma de gobierno en la que participaban solamente los ciudadanos. Esta forma de gobierno fue asumida por Roma, hasta que fue suprimida cuando César Augusto se autoproclamó emperador, dando fin a la democracia en el mundo clásico.
La monarquía, desde el señor feudal hasta los nobles gobernantes de ciudades o pequeños reinos, fue la forma en que las sociedades occidentales se organizaron a partir de la caída del Imperio Romano hasta la época moderna.
Para justificar su poder y autoridad los monarcas recurrieron a la doctrina de las dos espadas, por las que la legitimidad de la autoridad del rey estaba en la coronación de parte de los Obispos o del mismo Papa, pues era a este al que le correspondía legitimar a los reyes como designio del Altísimo.
La monarquía absolutista, casi a la par del nacimiento de los estados modernos, anuló cualquier participación en la toma de decisiones de los ciudadanos y concentró el poder en la persona del rey. Esto supuso precisamente su misma deslegitimación frente a una sociedad burguesa cada vez más crítica frente al ejercicio del poder.
La efímera República Francesa, emanada de la Revolución, fue un primer intento de democratizar el poder, que vendría a establecerse casi de forma definitiva y en todas las latitudes hasta ya muy entrado el siglo XX.
En el México independiente, el primer imperio y el deseo de una monarquía fue prácticamente la ilusión conservadora de unos cuantos, mientras que la democracia ha sido proclamada como la forma de gobierno, legalmente desde la Constitución de 1824, aunque ha sido un ejercicio muy precario, porque en la práctica ha sido una dictadura presidencial o de partido, que tanto mal ha hecho a todos los mexicanos en la responsabilidad social y en la participación ciudadana.