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Alfredo Arnold

Luis Echeverría Álvarez, uno de los presidentes más controvertidos de la historia de México vivió casi 44 años tras haber dejado el poder, tiempo más que suficiente para escribir su verdad y exponer los argumentos contra los sinsabores y mala fama que le dejaron seis años de gobierno y que lo persiguieron por el resto de su vida. Escribió “Praxis política” en 1976 y fue coautor de “Reto a los no alineados” en 1984, pero no una autobiografía en que detallara las profundas decisiones que tomó siendo Presidente.

Terminó su gobierno en medio del escándalo, con una devaluación que tomó por sorpresa a los mexicanos y el país dividido políticamente. Desafortunadamente para él, no pudo defenderse; rompió lanzas con su predecesor Gustavo Díaz Ordaz, a quien alejó del país nombrándolo embajador de España y le endilgó el título de “emisario del pasado”, y años después también rompería con su sucesor José López Portillo, al que criticó desde la lejana Nueva Zelanda donde se desempeñaba como embajador provocando una inédita respuesta de don José, quien mandó publicar una página en los principales periódicos capitalinos con la frase “¿También tú, Luis?”, parafraseando la que siglos antes habría pronunciado Julio César al verse traicionado por su sobrino: “¿Et tu, Brute?”.

Echeverría cargó con la animadversión estudiantil a pesar de que Díaz Ordaz aceptó en su último Informe de Gobierno toda la responsabilidad histórica de los trágicos sucesos del 2 de octubre de 1968. Sin embargo, el 10 de junio de 1969 Echeverría sí fue responsable del “Halconazo” al reprimir otra manifestación estudiantil, aunque los chivos expiatorios fueron el Regente y el Jefe de la Policía capitalina que renunciaron a sus puestos.

En un intento fallido por reconciliarse con la comunidad estudiantil, Echeverría fue a la UNAM el 14 de marzo de 1975. Durante su discurso en el auditorio “Salvador Allende” fue increpado por estudiantes a quienes el Presidente enfrentó llamándolos “jóvenes pro fascistas… movidos por la CIA… así gritaban los jóvenes de Hitler y Mussolini…” El Presidente tuvo que salir por la puerta trasera y camino al estacionamiento recibió una pedrada que lo descalabró.

Luis Echeverría Álvarez falleció el pasado 8 de julio. En enero había cumplido 100 años. Fue Presidente de la República del 1 de diciembre de 1970 al 30 de noviembre de 1976. Estaba totalmente alejado de la política. Recientemente sufrió prisión domiciliaria por los hechos de Tlatelolco, pero en 2009 fue absuelto de toda responsabilidad.

Su sexenio presidencial coincidió con el de Alberto Orozco Romero como Gobernador de Jalisco. Aquí, la situación era muy complicada por la presencia de la Liga Comunista “23 de Septiembre” que los gobiernos federal y estatal finalmente pudieron desarticular.

A Echeverría lo unían lazos afectivos con Jalisco ya que de aquí era su esposa María Esther Zuno Arce, hija del influyente ex gobernador José Guadalupe Zuno. A María Esther no le gustaba el título de Primera Dama, prefería ser “la compañera María Esther”. Contrajeron matrimonio religioso en el Distrito Federal y fue testigo o padrino el gran amigo de Luis, su compañero José López Portillo. Luis Echeverría profesaba oficialmente la religión católica. De hecho, en febrero de 1974 visitó al papa Paulo VI, abriendo la puerta al restablecimiento de relaciones con El Vaticano. En 1979 el papa Juan Pablo II realizó una apoteósica visita a México y en 1992, después de 130 años del rompimiento por la confiscación de los bienes eclesiásticos en tiempos de la Reforma, nuestro país y la Santa Sede reanudaron sus vínculos diplomáticos.

Su relación con los periódicos fue muy criticada. Durante su gobierno se produjo la escisión de la cooperativa de Excélsior y la expulsión de su director Julio Scherer. También, la venta de la Cadena García Valseca que luego se transformó en Organización Editorial Mexicana.

Al sexenio de Echeverría se le ha denominado “los años de la guerra sucia” por eventos ocurridos en su sexenio en el que murieron asesinados los líderes comunistas Lucio Cabañas y Genaro Vázquez Rojas, así como el empresario regiomontano Eugenio Garza Sada. En el Valle del Yaqui, Sonora, se produjo una expropiación agraria que obligó a renunciar al gobernador Carlos Armando Biebrich. La conducción del país con matices socialistas causó un profundo malestar en el sector empresarial, especialmente en el norte del país. El enojo llegó a su clímax con la devaluación del peso, que desde 1954 había estado en 12.50 (antiguos pesos) y cayó hasta 25.50. Los insultos entre ambos sectores se volvieron frecuentes. El Presidente acusaba a los empresarios de sacar sus dólares del país y los llamaba “riquillos”, mientras que en Monterrey había un gran anuncio luminoso con la leyenda “Sonría, ya se va Echeverría”.

Para la sucesión presidencial el candidato de Echeverría era probablemente Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación, pero el PRI y el PAN acordaron que fuera alguien conciliador que uniera al país y se designó candidato único a López Portillo.

Sería una mentira afirmar que en ese sexenio todo fue malo. Con Echeverría, la economía creció a más del 6%, promovió los puertos de Cancún e Ixtapa-Zihuatanejo, impulsó la construcción del puerto de Lázaro Cárdenas, creó el Infonavit y la Procuraduría del Consumidor. También desempeñó una activa agenda de política exterior, viajó por todo el mundo, promovió ante la ONU la Carta de Deberes y Derechos Económicos de los Estados, la Declaración de la Igualdad de las Mujeres y decretó el Mar Territorial de 200 millas. Abrió las relaciones diplomáticas con China. En Guadalajara se realizaron los primeros Juegos Deportivos Afrolatinoamericanos.

El lema de su gobierno fue “¡Arriba y adelante!”.

Echeverría quería trascender, ser el líder del Tercer Mundo, aspiraba a ocupar la Secretaría General de la ONU. No lo consiguió a causa del descrédito con el que terminó su gobierno. El mundo cambiaba rápidamente, eran otros tiempos. Gobernó con autoritarismo, con mano dura, tal vez aún no era el momento de hacerlo de otra manera.

Decíamos al principio que terminado su sexenio tuvo 44 años para defenderse. No lo hizo, prefirió llevarse consigo una parte crucial de la historia.

*El autor es LAE, diplomado en Filosofía y periodista de vasta experiencia. Es catedrático de la Universidad Autónoma de Guadalajara.

@arquimedios_gdl

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