Editorial Semanario #1205
Así lo sentenció el Papa Francisco al presidir la solemnidad de Santa María, el 1° de enero de este año, y esa es también la sentencia que hoy, cumpliendo con nuestra misión de profetas, anunciamos y denunciamos.
Aunque haya quienes se empeñen en negar el feminicidio, la realidad es que nos están matando por el hecho de ser mujeres.
Además, el mismo Papa Francisco ha expuesto, y cualquiera constatamos, que “el cuerpo de la mujer se sacrifica en los altares profanos de la publicidad, del lucro, de la pornografía”. Ya basta. No somos solo una imagen, un adorno o un objeto. No somos ciudadanas de segunda ni en el mundo ni en la Iglesia.
Nuestra identidad y nuestra misión son muy amplias. Estamos “para ayudar a comprender la misericordia, la ternura y el amor que Dios tiene”, (Discurso del Papa Francisco con ocasión del XXV aniversario de la “Mulieris Dignitatem”, 12 de octubre 2013), entre muchas otras tantas tareas.
Hoy conmemoramos el Día Internacional de la Mujer. Si bien reconocemos que tanto hombres como mujeres tenemos nuestras propias riquezas y complementareidades, esta es una ocasión propicia para hacernos visibles a las mujeres, cada una desde nuestra identidad, asumiéndonos diversas, pidiendo y ofreciendo respeto a quienes son y piensan diferente.
Las mujeres pensamos, escribimos, trabajamos y actuamos cada una en nuestro ámbito, desde nosotras, desde nuestra sensibilidad, desde nuestro amor, desde el dolor que nos provocan las situaciones oscuras que por ser mujeres enfrentamos en la actualidad y que hemos enfrentado a lo largo de la historia.
Aunque pretenda negarse, año con año el asesinato de mujeres en México por violencia de género ha ido en aumento. Tan solo en 2019 se contabilizaron en nuestro país 976 feminicidios, 54 de ellos en Jalisco. Y no, no se trata de estadísticas, se trata de mujeres con nombre, apellido y seres queridos que lloran su pérdida, que sin duda, también nos hiere como sociedad.
Las mujeres también vivimos y seguimos respirando desde la esperanza y la alegría; traemos luz y frescura al mundo; tenemos la fuerza y la valentía para seguir adelante, para luchar día a día para que hombres y mujeres vivamos mejor en convivencia armónica.
Cada día luchamos desde nuestra trinchera: el hogar, el mundo laboral, como profesionistas o ejerciendo un oficio tradicional ‘de mujeres’ o emergente, de los que en antaño estaban reservados para los varones.
Somos imagen y semejanza de Dios, pues en nosotros habita su maternal ternura pero también su determinación y firmeza. A través de nuestros brazos amorosos se ejercen la caridad y la misericordia.
Y qué decir de nuestra aportación a la Iglesia, pues sabemos, refiriendo nuevamente al Santo Padre Francisco, que “si la Iglesia pierde a las mujeres en su total y real dimensión, la Iglesia se expone a la esterilidad”, pues nuestra fecundidad va más allá de nuestra misión biológica.
Mujer, no estás sola, pues “ninguna mujer es solo una mujer”, mencionaba Santa Edith Stein. Lo que te hacen a ti, nos lo hacen a todas. Nuevamente ¡Ya basta!. Si cada una, ejercemos el llamado de Jesús hacia los cristianos de ser sal de la tierra y luz del mundo, haremos cicatrizar la tierra y haremos arder al mundo pues, como señala Santa Catalina de Siena: “Si somos lo que debemos ser, prenderemos fuego al mundo entero”.