Editorial de Semanario, Edición #1207
Según las crónicas franciscanas, en 1721, Guadalajara fue azotada por una peste mortal que diezmaba hogares. La ciudad tuvo rogativas y procesiones de penitencia, pero hasta la visita de la Santísima Virgen de Zapopan, la ciudad se vio socorrida y aliviada; cesó el comercio de los boticarios y el continuo andar de los médicos, y se dispuso que alternativamente se llevara la milagrosa imagen a todas las iglesias.
La semana pasada el coronavirus embistió al mundo, 157 países reportan casos, incluyendo el hemisferio occidental… y es sólo el principio. El virus se propagó por la mayor parte de América Latina.
La única opción para detener la propagación de este virus es el distanciamiento social, lo que significa un cambio significativo en nuestro estilo de vida, de nuestros usos y costumbres, e incluso de nuestra educación. En muchos sectores sociales, es normal que el primer instinto sea negarlo, minimizarlo o ridiculizarlo, como una respuesta de nuestro instinto de conservación.
Al Covid-19 hay que entenderlo rápidamente, aceptarlo y seguir todos los lineamientos posibles para contenerlo. Es risible como los distintos partidos políticos ridiculizan a su oposición –esté gobernando o no– de exagerar las medidas o propuestas de medidas para su contención.
El Papa Francisco señala la importancia de la atención y consuelo a las personas, ya que el miedo es una de las emociones básicas y una reacción normal ante situaciones desconocidas, amenazantes y potencialmente peligrosas como la que estamos viviendo.
Jesús nos enseña por las actitudes de consuelo que debemos procurar para los angustiados y tristes, por esta pandemia. El evangelio de Lucas nos cuenta que, el día de la resurrección, dos discípulos volvían tristes y acongojados a Emaús.
La primera actitud que tiene Jesús es muy importante en este proceso del consolar: “se acercó y caminó con ellos”. La tristeza tiende a inmovilizarnos. Jesús es quién toma la iniciativa de acercarse, de simplemente estar junto. Acercarnos a las personas angustiadas por esta epidemia, es esencial.
La segunda actitud: Jesús nos enseña la escucha atenta al otro. A veces lo único necesario es simplemente, que encuentre un oído disponible frente al cual verbalizar lo que está pasando.
La tercera actitud de Jesús: Es necesario hablar para ubicar a la persona en la dimensión exacta de la situación que nos aqueja. Jesús, luego de escuchar atentamente, les “ubica” su angustia dentro de la realidad que da contexto.
Y la cuarta actitud, es sembrar esperanza. Así como el miedo nos inmoviliza, otra emoción nos pone en movimiento: la esperanza. Jesús, luego de acompañar a los discípulos, les mostró su presencia al partir el pan.
Al orar a la Virgen de Zapopan, pidamos que si hay miedo, no haya odio. Si hay aislamiento, que no haya soledad. Sí hay compras de pánico, que no exista egoísmo. Sí hay enfermedad física, que no enferme el alma.
En todo el mundo la gente se está desacelerando y reflexionando. En todo el mundo, las personas miran a sus vecinos de una manera nueva. En todo el mundo la gente está despertando a una nueva realidad: Al poco control que tenemos sobre los imponderables y que, lo que realmente importa, es amarnos unos a otros.