Fernando D’Sandi
El tiempo ha pasado implacable…La frenética danza de números en una escalada imparable de afectados en salud, en economía, en pérdidas humanas que enrarecen el ambiente y mantienen en vilo un panorama cada vez más complejo y menos esperanzador.
El ciclo no se cerró
Lejos de lo que se pensó, el inicio de este 2021 solo vino a ser una desafortunada continuación del capítulo anterior de la pandemia que azota nuestro mundo desde hace ya un año.
Como toda crisis, este impacto vino a desnudar las miserias y carencias de nuestra distorsionada humanidad, evidenciando un problema añejo, un mal que nos aqueja desde antaño y cuyo daño y secuelas son realmente letales para la sana convivencia y el desarrollo humano. Hablamos de otro virus, de la otra pandemia: el egoísmo.
El COVID-19 nos tomó en un momento complejo, álgido en temas de ensimismamiento y egoísmo, en donde cada uno vive para sí mismo, ignorando, desconociendo, o peor aún, utilizando y pisoteando al otro para satisfacer fines propios.
Ante el reto de cuidar unos de otros, pululan los necios que se creen poseedores de la verdad absoluta y basados en la desinformación y meras conjeturas, desatienden las medidas de prevención y cuidado, dando al traste con el esfuerzo que otros hacemos por cuidar de nosotros y de los nuestros.
Ganancia de pescadores
Los que dirigen los rumbos de las naciones, enfocados a acciones que apuntan más a la suma de capital político en lugar de concentrarse en reducir los daños y el impacto de la pandemia. Como dirían en mi rancho, “a río revuelto, ganancia de pescadores…”
Las industrias farmacéuticas frotándose las manos por el negocio del siglo ante la venta de las vacunas que, como históricamente sucede, llegarán hasta el final –si es que llegan– a las poblaciones pobres y marginadas del resto del mundo.
Son tiempos difíciles, llenos de zozobra, incertidumbre y miedo, donde bien nos vendría una buena dosis de humanidad.
Lo que nos puede curar
Afortunadamente, existe una vacuna altamente efectiva: el amor…
El amor que comparte el pan, poco o mucho que hay en la mesa. El amor que cuida del otro y nos invita a acatar las acciones y disposiciones de cuidado mutuo, por más incómodo que esto sea. El amor que invita a los padres y madres de familia a establecer el mejor ambiente en el hogar, el refugio en donde ahora se estudia, se trabaja y se convive en lo que pasa este mal. El amor que motiva y mueve al sacerdote a reinventarse y buscar maneras de seguir haciendo llegar el mensaje.
Estamos ante una gran oportunidad de compasión, ante la ocasión de mejorarnos en lo que a compasión, unión y hermandad se refiere. Nos necesitamos.
Un pedazo de pan para el que se ha quedado sin trabajo, una palabra de aliento para el que está enfermo, una mirada amorosa para el que ha vivido una pérdida, una oración de todos por todos, son solo una muestra de todo el bien que podemos hacer… Porque para eso estamos, para mirarnos como compañeros de viaje, como los hijos de Dios en esta tierra, en este tiempo espacio en donde cada uno debería suponer un milagro para el otro.
“Todos somos frágiles, iguales y valiosos. Que lo que está pasando nos sacuda por dentro. Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad”.
~Papa Francisco
- El autor es Escritor, Coach de Vida