Pbro. Francisco Flores Soto
La primera parte del lema de este año es el título mariano de “Madre de misericordia”. Seguramente se ha visto conveniente utilizar este título para darle continuidad al resultado de la VII Asamblea diocesana de Pastoral que se llevó a cabo el pasado junio. En esa asamblea se eligió la misericordia como el valor del Reino que nos puede ayudar a poner más en práctica nuestro Plan diocesano de Pastoral.
San Juan Pablo II en la conclusión final de la encíclica Veritatis Splendor, del año 1993, nos dice: «María es Madre de misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). Él ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia mayor radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no volver a pecar. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu».
La segunda parte del lema de la Romeríade este año es la invocación: “alcánzanos la paz”. Me viene a la mente la fórmula de absolución que dice el sacerdote al administrar la misericordia divina en el sacramento del Perdón: «Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
El perdón y la paz van unidos, cuanta paz nos trae el que Dios perdone nuestros pecados. María se convierte en la Madre que nos alcanza la misericordia divina conduciéndonos a la Reconciliación sacramental. Ojala que esta Romería sea la ocasión para que muchos reciban la misericordia divina y así alcancen paz.
Pero hay algo más, decimos en el rezo de Laudes del viernes de la segunda semana del Salterio: Nuestra paz, Señor, es cumplir tu voluntad. La paz que María nos quiere alcanzar no solo se queda en la recepción del perdón de nuestros pecados sino en la que se obtiene con el cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestras vidas. Pienso en el testimonio de San Pablo y de San Agustín, que alcanzaron la paz fruto del perdón de sus muchos pecados pero también del cumplimiento ejemplar de la voluntad divina en sus vidas.
Quiero terminar este artículo con la oración conclusiva de la encíclica ya citada de San Juan Pablo II:

María,
Madre de misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil
la cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado
y crezca en la esperanza en Dios,
«rico en misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que él le asignó (cf. Ef 2, 10)
y, de esta manera, toda su vida
sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12). Amén.