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En el día de la Ascensión del Señor, el Cardenal Francisco Robles ordenó a 33 nuevos Presbíteros.

Antes de ascender a los Cielos, Jesús descendió. Siendo Dios, renunció a su categoría divina y descendió a tomar forma humana, forma de siervo. Asumió en toda su plenitud nuestra pobre naturaleza humana, se hizo verdadero hombre, y además, se sirvió de su cuerpo humano para acercarse a todas nuestras necesidades y miserias.

Puso su cuerpo al servició de nuestra humanidad, al grado de que entregó su cuerpo al sacrificio, a la muerte, y por eso Dios Padre lo resucitó.

Cristo ascendió a los Cielos, pero no como un espíritu solo, sino con todo lo que Él abrazó al hacerse hombre, es decir, nuestra pobre humanidad. Subió al Cielo con nuestro cuerpo, con nuestra naturaleza humana y nos abrió un camino nuevo y lleno de luz. Sabemos, ahora, a dónde vamos y cuál es nuestro destino.
¡Qué consolador es saber que la pobreza de nuestra naturaleza, de nuestro cuerpo y de nuestra carne tiene un destino tan grande, la participación de la gloria de Dios! Cristo asciende y nos abre el camino de la esperanza.

Pero todavía más, no nos olvida. Está a la derecha del Padre, en la gloria que le pertenece, en la gloria que tenía antes de descender a nuestra humanidad, pero favoreciéndola. Cristo nos conoce, nos observa, nos ama con su infinita misericordia; intercede incansablemente ante el Padre por nosotros.
La Ascensión de Jesús ilumina la vida de todo bautizado, porque sabemos qué nos espera, cuál es nuestra meta, pero de manera especial ilumina la vida de quienes hemos sido llamados a ser presencia viva de Jesucristo en este mundo, a los Sacerdotes. Que no se les olvide esto.


No pensemos en el ascenso por el ascenso, en el mejor puesto, en el mejor lugar, en el mejor destino, en la mejor Parroquia, en el mejor Párroco, en la mejor comunidad. No pensemos en eso. Pensemos en abajarnos, como lo hizo Cristo, y servir.


Servir, comenzando por el más pobre, el más abandonado, el más sufriente, el que más necesita de la luz y del auxilio de Dios, el pecador más olvidado, el hombre que ha perdido el sentido de su vida. Pensemos en primer lugar en ellos.

Pensemos que nuestro ministerio sacerdotal encarna el ministerio de Cristo, que bajó, se hizo hombre y tomó la forma de siervo. Ese servicio de Cristo lo tiene que encarnar a plenitud el Sacerdote, no en apariencia.

Pensemos en que nuestro ministerio es un servicio pleno, humilde, generoso, y en cumplimiento de éste, nuestro ministerio, nos va a hacer sentir que estamos ascendiendo en la imitación y en la obra y acción de Jesucristo. Éste es al ascenso que sí debemos buscar quienes hemos sido llamados al sacerdocio.
Por eso, llenos de gozo, glorificamos a Cristo que sube al Cielo con nuestra pobre humanidad. Ahora sí, tenemos la posibilidad de entrar en la gloria misma de Dios.
Pidamos, mientras estamos en este mundo, que los Sacerdotes nos abajemos, que descendamos a las necesidades más fuertes de nuestros hermanos y les hagamos sentir nuestra cercanía y nuestro alivio.


Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

@arquimedios_gdl

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