
ARMANDO GONZÁLEZ ESCOTO
En septiembre conmemoramos tanto el inicio de la Guerra de Independencia como su final consumación, once años después. En el siglo XIX diversos autores, bajo el impulso del Estado, “construyeron” el relato de estos hechos, quitando, poniendo y hasta inventando cosas que jamás sucedieron pero que contribuían a generar una historia atrayente y conmovedora. Por supuesto que el párroco Miguel Hidalgo jamás sonó ninguna campana, no era el sacristán, tampoco propuso a sus madrugadores oyentes la independencia y creación de un nuevo país, su grito fue “Viva Fernando VII, y mueran los gachupines”. En efecto, Fernando VII no era “gachupín”, era español, gachupín era el modo despectivo de llamar a los españoles que venían a México a ocupar cargos de gobierno.
¿Entonces que fue lo que ocurrió?
Hidalgo, Allende, Josefa Ortiz, eran españoles nacidos en México y por lo tanto miembros de un grupo social importante, el criollo, pero cuyos componentes no podían ocupar altos cargos. El destronamiento del rey de España por Napoleón, y el apoyo de dicho acto por las autoridades gachupinas dio ocasión a los conspiradores para reafirmar su lealtad al rey, luchando contra los traidores, por eso el grito “Viva Fernando VII, mueran los gachupines”.
Conforme los acontecimientos se fueron desarrollando, esta insurrección inicial en defensa del rey derivó, bajo el liderazgo de José María Morelos, en una lucha abierta para lograr una verdadera independencia. La misma sociedad de aquellos años debió madurar la idea y lo hizo relativamente pronto, de tal manera que para 1821 los sectores pensantes y de mayor capacidad estaban ya persuadidos de la necesidad de esa emancipación.
La mayoría de las comunidades indígenas no apoyaba la independencia por el temor de que las nuevas autoridades no respetaran los privilegios que estas comunidades tenían y que garantizaba el rey de España, pero muchos indígenas sí participaron en las luchas no tanto por lograr la emancipación sino sobre todo por alcanzar mejores condiciones económicas y el respeto a sus prerrogativas, como fue el caso de los defensores de la isla de Mezcala en nuestra región.
El mérito de Miguel Hidalgo fue demostrar que sí era posible cambiar las cosas, y que muchas estructuras existentes deberían ser abolidas, por ejemplo, la esclavitud. El de Morelos fue proponer explícitamente la independencia de la Nueva España; el de Guerrero, mantener la lucha; y el de Iturbide, conciliar a los diversos sectores y bandos para alcanzar la meta única de independizarnos y crear una nación autónoma. En el entretanto de esos once años que van de 1810 a 1821, muchos destacados personajes y comunidades mantuvieron vivo el ideal hasta alcanzarlo. Todo lo demás es leyenda, poesía, relatos épicos y muchas veces manejos ideológicos posteriores que ocultaron o traicionaron la verdad de los hechos.
Han pasado ya doscientos dos años de estos acontecimientos, lo que hoy sea México ya es más responsabilidad de los mexicanos y sería bueno analizar lo que hemos hecho con la herencia recibida.
armando.gon@univa.mx