
PBRO. ARMANDO GONZÁLEZ ESCOTO
Nos sorprendería saber que cristianismo y nacionalismo no son términos afines, porque el nacionalismo es, sobre todo, una ideología, no un camino de redención. El nacionalismo que conocemos nace a fines del siglo XVIII y ha provocado increíbles tragedias en todo el mundo, toda vez que se basa en los falsos supuestos de la raza elegida, del color superior, del territorio o de una cultura excluyente.
La Iglesia ha sufrido diversas persecuciones a causa de este nacionalismo y la humanidad ha pagado un alto costo por esta ideologización del compromiso político. El nacionalismo alemán del siglo XIX ocasionó la “Kulturkampf ”, una lucha en contra de la Iglesia vista como un poder “extranjero”. En el siglo XX desembocó en el holocausto judío y en el exterminio de aquellos alemanes que no se ajustaban a los prejuicios racistas del nazismo. Inevitablemente, el nacionalismo produjo su contraparte, dándole al ser humano nuevos pretextos para combatirse unos con otros.
El nacionalismo mexicano tropicalizado y centralista nos hizo a todos aztecas, hijos de una misma raza y con un único y exclusivo color, uncidos al poder uniformador del centro que sofocó el progreso y el desarrollo de los estados, porque sólo la Ciudad de México tenía el derecho de crecer y prosperar, y lo hizo con la riqueza que extraía de todo el país, con la complicidad de los gobernadores que el propio centro elegía e imponía en los estados, fenómeno que por cierto no ha dejado de suceder hasta el presente.
El compromiso político, en cambio, es algo totalmente compatible con la vida cristiana, incluso es exigido, y se vive en congruencia con el sistema de gobierno que cada país tiene. Este compromiso no se reduce a dar gritos patrióticos anuales y ondear banderitas, ni siquiera se puede reducir, aunque ya sería ventaja, a ejercer el derecho y la obligación moral de emitir el voto.
El compromiso político es algo que comienza en la propia colonia o población en la que se vive, es la actitud de colaborar y contribuir al bien común, de ejercer un constante escrutinio sobre la actuación de los funcionarios electos o contratados, es el compromiso de luchar en favor de las libertades y derechos de la sociedad frente a cualquier tendencia incorrecta del gobierno en turno.
A diferencia del nacionalismo patriotero e ideológico, el compromiso político cristiano se basa en las condiciones reales y legales en que una sociedad decide vivir y, siendo como es cristiano, se ubica más allá de las limitaciones de la raza, la clase social o los egoísmos territoriales, pues la Iglesia no se define ni organiza por naciones, sino por comunidades cristianas llamadas Diócesis, que por fines prácticos pueden adecuarse o no a las fronteras de un país, sin confundirse nunca con él, en eso radica justamente la catolicidad de la Iglesia, llamada a construir una sola comunidad de creyentes por encima de cualquier frontera inventada por el hombre y por sus ideologías.
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