LAURA CASTRO GOLARTE
De mañana en ocho se cumplirán 231 años del fallecimiento de fray Antonio Alcalde y Barriga, Siervo de Dios, cuya causa de canonización está en proceso desde hace varios años. Fue el vigésimo segundo obispo de Guadalajara y ha trascendido más que ningún otro por todas las obras y beneficios que derramó sobre la que fuera capital de la Nueva Galicia.
Ha costado mucho tiempo y esfuerzo, gestiones, iniciativas, solicitudes reiteradas e insistentes, que el fraile de la calavera sea reconocido como merece. Durante años fue hecho a un lado de nuestra historia, particularmente, como siempre he dicho, por las malas interpretaciones que personajes políticos han hecho del concepto de laicidad.
De algunos años a la fecha esto ha cambiado en el sector público y, de entre todo, quiero destacar el reconocimiento de la Universidad de Guadalajara, bajo la rectoría general de Tonatiuh Bravo Padilla, de que fray Antonio Alcalde fue el fundador. Esto sucedió en 2017 cuando se cumplieron 225 años justo de la apertura de la universidad en las postrimerías del siglo XVIII.
Otros gobiernos se han sumado a estas iniciativas y se ha avanzado de manera notable en una sucesión de acciones y medidas que me parecen muy acertadas porque fray Antonio Alcalde es, hoy en día, ejemplo. Su manera de atender las necesidades de la feligresía, tanto materiales como espirituales; su pericia en la administración de los recursos; su carácter para tomar las decisiones y su determinación para iniciar y concluir las obras; su apertura para dar a conocer sin trampas ni obstáculos ingresos y gastos de la diócesis; su visión, su bondad y su generosidad.
Es ejemplo y ojalá, así como se titula esta columna, para los gobernantes perdidos en banalidades, que ante la gravedad de asuntos como las personas desaparecidas y los problemas que enfrentan las madres buscadoras, se voltean para otro lado y festejan cumpleaños familiares en redes sociales como si de personajes de la farándula se tratara, el fraile dominico fuera faro y brújula.
La sensibilidad de Alcalde es también un legado, para todos, para cualquiera.
No dudó en argumentar ante el rey con aportación de dinero incluida, sobre la conveniencia de fundar la universidad; era un ilustrado, vivió casi completo el Siglo de las Luces y la educación para él era norma y vocación.
Tampoco rechazó ni le dio vueltas a la petición del Ayuntamiento de Guadalajara de que financiara la construcción del Santuario de Guadalupe sobre la base de que los habitantes del “viento norte” no tenían dónde recibir atención espiritual. Lejos de quejarse por los obstáculos que se imponían desde el virreinato de la Nueva España, actuó para sortearlos con argumentos y propuestas que no se podían rechazar, para que el beneficio fuera generalizado y llegara a quien tenía que llegar, sin protagonismos ni prepotencia ni soberbia.
A partir del próximo domingo y durante varios días habrá una serie de actividades en homenaje a fray Antonio Alcalde por el aniversario de su fallecimiento.
A través de la Fundación Paseo Antonio Alcalde, el Santuario Arquidiocesano de Nuestra Señora de Guadalupe y las asociaciones de amigos, tanto de fray Antonio Alcalde como del Paseo que lleva su nombre se diseñó un programa para hablar de su fama de santidad, se proyectará un documental, habrá una exposición colectiva de pintura, se presentará un libro, un concierto en el Teatro Degollado y un tributo lírico.
En la entrega anterior de esta columna me referí a las obras de manera general con la idea de abordarlas con mayor detalle –y así será– en las siguientes publicaciones; además, por ejemplo, de su visita pastoral, un verdadero desafío (con base en mi juicio, claro está, dada la edad del cigalés, pero para él quizá no) para un prelado que había cumplido ya 74 años.
Esa fortaleza y su determinación también forman parte del otro legado de Alcalde, el del carácter, su personalidad, su entrega total a la Diócesis que le fue encomendada, su disciplina y humildad, su visión y su genio para hacer el bien.
