
Juan López Vergara
En la Eucaristía del día de hoy, nuestra madre Iglesia nos invita a la celebración gozosa del maravilloso Misterio de La Santísima Trinidad. El santo Evangelio según san Juan nos exhorta a contemplar semejante Misterio no como un dogma abstracto y extraño a nosotros, sino como el Misterio del amor comprometido en nuestra salvación, correspondiendo a Dios dar el primer paso (Jn 3, 16-18).
JESÚS, TESTIGO DEL AMOR DEL PADRE
Dios envió a su Hijo al mundo por motivos de amor: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (v. 16). Dios hizo la oferta de la vida; oferta que está, ciertamente, en pie, pero que debe ser libremente aceptada en la fe. Esto constituye la más noble aventura jamás soñada, puesto que: “El que te creó sin ti, no puede salvarte sin ti” (san Agustín). Dios ofrece su propia Vida para suscitar la vida:
“Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvará por Él” (v. 17). Dios anhela que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (I Tm 2, 4-6).
Jesús, testigo del amor del Padre por su vida, lo fue en grado supremo por su muerte y, más aún por su Resurrección.
EL MISTERIO DE LA SALVACIÓN IMPLICA ACEPTAR EL OFRECIMIENTO DE DIOS
Desde la perspectiva teológica del cuarto evangelista, la salvación cristaliza con nuestra actitud de aceptación o de rechazo frente a Jesús: “El que cree en Él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios” (v.18). Para san Juan, por consiguiente, no existe un juicio futuro, que tendría verificativo al final de los tiempos, puesto que la salvación se decide aquí y ahora.
El misterio de la salvación nos desafía a aceptar el ofrecimiento de Dios, o, a auto–excluirnos de Él.
“EL QUE ME HA VISTO A MÍ, HA VISTO AL PADRE”
En el libro del Éxodo constatamos que la revelación del Dios ‘compasivo’, ‘clemente’, ‘paciente’, ‘misericordioso´ y ´fiel´ no es excusa del Nuevo Testamento (compárese Ex 34, 6). Sin embargo, es en Jesús, el Hijo unigénito, en quien contemplamos el icono más expresivo del amor del Padre, de acuerdo con las palabras que el propio Jesús dice a Felipe:
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).
Muy apreciables lectores, para actualizar el mensaje del santo Evangelio del día de hoy, en esta fiesta de la Santísima Trinidad, que celebramos el maravilloso Misterio del Amor, los invito a recurrir al magisterio de los santos, en nuestro caso particular al de León Magno, quien nos invita a meditar en clave de reverente gratitud:
“El primer paso siempre es de Dios, lleno de gracia y misericordia, expresión libre y gratuita de amor. Para nosotros, esto significa ser amados tal como somos y en el momento actual de nuestro camino, abandonándonos confiados y gozosos” (Oración 60, 4-7).