Jesús mismo había anunciado que, luego de padecer y morir, iba a resucitar. La Resurrección es el misterio central de nuestra fe.
Este acontecimiento fue experimentado por los discípulos, a los que el Señor resucitado les concedió verlo y comprobarlo, como fue el caso de las mujeres, las primeras en ser testigos del hecho, los Apóstoles, y en general, como la lectura de hoy, la comunidad que se estaba formando.
Jesús resucitado se fue apareciendo y dejando muchos detalles que constataban que estaba vivo, que no era un fantasma ni una idea, sino una realidad. Un cuerpo diferente, un cuerpo glorioso, un cuerpo nuevo, el que se presentaba delante de los discípulos a los que les concedió la gracia de verlo resucitado.
La verdad fundamental de nuestra fe es, pues, la Resurrección de Jesús. Es la verdad que queremos reafirmar y renovar durante todo el tiempo pascual. Creemos firmemente que el Señor murió en la cruz, que fue puesto en el sepulcro, pero que resucitó y está vivo.
Nuestro reto es descubrirlo vivo. Si creemos que resucitó, entonces, está vivo, pero, ¿en dónde? Tenemos que descubrirlo vivo y presente en medio de nosotros. Está vivo y presente en su Palabra, en los signos sagrados que llamamos Sacramentos, y que nos dejó como clara señal de su permanencia para darnos vida.
Está presente de manera especial en el sacramento de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada, la Eucaristía. Cada vez que nos reunimos para celebrar este misterio, nos encontramos con Él, vivo y operante.
Está presente en el hermano, en todo aquel que camina por la calle, especial- mente en el que más sufre.
Está presente en los acontecimientos de nuestra vida personal y familiar, y en los acontecimientos de la historia; está presente y dándonos vida.
Necesitamos descubrirlo entrando en contacto con Él, y solo teniendo esta experiencia podemos hacer lo que hicieron los discípulos que lo vieron resucitado: ir y anunciarlo, decirles a los demás que Jesucristo está vivo, que ha resucitado, que nos hemos encontrado con Él.
Si no hacemos vida esta verdad central de nuestra fe, de que Jesús ha resucitado, tristemente, estaremos buscando a Cristo entre los muertos, y entre los muertos solo encontramos eso, muertos, destrucción, oscuridad, tristeza, la nada.
Si creemos que Él está vivo, vamos a anunciar la vida, vamos a favorecer la vida verdadera, la vida digna, la vida de paz, la vida de fraternidad.
Si reconocemos a Jesús vivo, lo vamos a descubrir y lo vamos a hacer vida nuestra, y que sea vida para los demás. Éste era el mensaje de los primeros Apóstoles, y fue el motivo de que la comunidad fuera aumentando. Somos los más dichosos de conocer esta verdad, de descubrirla y de dar testimonio de ella.
Si hemos sido testigos de esto, es para que vivamos en la luz, haciendo las obras de la luz, y dejemos atrás las obras de las tinieblas, del mal y del pecado.
Que Jesús resucitado nos haga sus discípulos, fieles discípulos misione- ros, para que lo anunciemos con nuestra palabra y con nuestra vida.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.