
Juan López Vergara
El santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia nos ofrece hoy, anuncia una parábola del Reino, con la cual Jesús inculca el sentido de responsabilidad: los dones recibidos no pueden estar ociosos, porque tenemos el deber de hacerlos rendir al máximo. Y nos exhorta a descubrir que el miedo al riesgo tiene su origen en un falso e injusto concepto de Dios (Mt 25, 14-30).
LLAMADOS A EMPLEAR LOS TALENTOS RECIBIDOS EN BIEN DE NUESTROS HERMANOS
El tiempo juega un papel importante, la parábola trata de un hombre que llamó a sus siervos y les confió sus bienes antes de salir de viaje:
“A uno le dio cinco talentos; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue” (vv. 14-15). Durante su ausencia: “El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambió, el que recibió un talento hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor” (vv. 16-18).
Mucho tiempo después regresó y los llamó a cuentas. Los dos primeros, en afortunada expresión de san Jerónimo, duplicaron lo recibido en la ‘escuela del Evangelio’ y su Señor, entonces, los felicitó invitándolos a participar de su alegría (véanse: vv. 19-23). Si empleamos los talentos en bien de nuestros hermanos, siempre en clave de gratitud, los trasformamos en una bendición.
“YO LOS HE ELEGIDO A USTEDES, Y LOS HE DESTINADO PARA QUE VAYAN Y DEN FRUTO”
Todo talento ha de producir su interés creativo, ya que en todo esfuerzo logrado hay una autorrealización. ¿Por qué dejarnos enterrar en el presente? ¿Acaso no son muchos los que reclaman lo que nosotros podemos darles? Se trata de asumir una actitud responsable ante la vida. El Señor cuenta siempre con nosotros y nos otorga su amable confianza:
“No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca” (Jn 15, 16).
SER CONSCIENTES DEL TALENTO QUE SE NOS HA CONFIADO: SER NOSOTROS MISMOS
Cuando llegó el turno al que había recibido un talento, dijo: “Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra” (vv. 24-25). Semejante miedo brotó del injusto y falso juicio de su imagen de Dios. Aquel señor, entonces, lo llamó: “Siervo malo y perezoso”, y le reclamó el no haber hecho fructificar lo suyo (véanse vv. 26-27).
Dag Hammarskjöld fue Secretario General de Naciones Unidas y premio Nobel de la Paz (1905-1961). Escribió un diario, al que se re ere como ‘libro blanco’ de sus tratos consigo mismo y con Dios. ¡Un místico en el palpitar de nuestro mundo! Él afirma que a cada momento nos elegimos a nosotros mismos, e interpela si somos nosotros mismos quienes nos elegimos. Y ante el misterio insondable de la vida, citando el texto del santo Evangelio del día de hoy, en su diario motiva a: “Seguir siendo conscientes del talento que te ha sido confiado y que es el ‘yo’” (D. Hammarskjöld, Marcas en el camino, Mínima Trotta, Madrid 2009, pág. 48.)
Muy apreciables lectores, para actualizar la Palabra de Dios, ofrecida este domingo, hemos de saber que si la distribución de talentos se hizo con base en la desigual capacidad de cada uno, el juicio del dueño es de acuerdo con la igualdad: los dos primeros siervos reciben el mismo elogio a pesar de la desigualdad de sus rentas. Jesús concluyó con una advertencia (véanse vv. 28-30), la cual nos motiva a ver que en los asuntos del Reino el que no arriesga no gana.