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Las advocaciones marianas y las imágenes que las representan contienen un mensaje, generan actitudes en los fieles y, de algún modo, hacen que las personas ajusten su carácter a la imagen que observan.
La Virgen de Zapopan, desde su origen, es una advocación dinámica, siempre en continuo movimiento, no es la imagen que hay que ir a ver, sino la presencia de la Virgen que viene a buscarnos. Nos invita, desde el siglo XVI, a ser cristianos en salida, como ahora se dice, cristianos que, como la Imagen Zapopana, sale siempre en busca de todos, sin distinción de clases o condiciones.
En esta antigua y venerada Imagen, la Virgen María nos enseña a ver la vida de frente, sin claudicaciones
ni derrotas, a no dejarnos vencer por los problemas, a mantenernos firmes, mirando siempre de frente. La Virgen de Zapopan no es nuestra señora de la resignación, sino la Generala, que invita a la lucha diaria, que nos preside como nuestro emblema para salir siempre adelante.
Y así lo ha entendido nuestro pueblo desde sus orígenes, lo mismo en el Mixtón que en la lucha por la Independencia, donde la Virgen nos enseñó que el mejor general es el que triunfa sin hacer uso de la violencia; así lo percibió y vivió el beato Anacleto González Flores, líder de la resistencia pacífica y tan especial devoto de Nuestra Señora de Zapopan; la “valiente Generala”, en palabras del mártir san Rodrigo Alemán.

Pero la Virgen de Zapopan nos comunica igualmente una espiritualidad de la alegría. Su presencia hace de inmediato sonreír a nuestra gente, que expresa su gozo con aplausos, vivas, y hasta por medio del llanto. Esta alegría es la que quiere, que luego transmite haciendo sonreír casas y calles por medio de adornos, alfalfa, arcos y flores, una alegría de entusiasmo que se contagia y llena de aliento a la gente.

La Virgen nos hace igualmente, reavivar la comunión, puesto que nos saca de nuestras casas, y los
vecinos se unen y entrelazan, porque por su calle “la Virgen pasa”.

Esta espiritualidad zapopana de salida y comunión, de alegría y fortaleza, es también un camino
que nos conduce, no a la casa de la Virgen, sino a la casa de nuestro Padre Dios; y cuantas personas van
caminando junto a la camioneta de la Virgen, saben que Ella nos lleva al templo parroquial, al lugar por
excelencia del encuentro con los hermanos y con el Señor, símbolo de nuestro peregrinar al encuentro
definitivo con el Creador.
Es también una espiritualidad de la generosidad. La Virgen se nos da para que aprendamos a dar y a
darnos en una permanente actitud de servicio.
Todas estas cosas las vivimos y las ha vivido nuestra comunidad diocesana desde los primeros tiempos, pero no siempre nos damos la oportunidad de reflexionar sobre lo que hacemos, y así, esta rica espiritualidad permanece muchas veces de manera inconsciente, pero no por ello menos fructífera.
La historia de nuestra Iglesia lo demuestra.

@arquimedios_gdl

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