“Bendita la crisis que te hizo crecer, la caída que te hizo mirar al cielo, el problema que te hizo buscar a Dios” , San Pío de Pietrelcina.
Fernando Díaz de Sandi Mora
En medio de la tempestad, montados en una barcaza azotada de información a veces real y bien intencionada, otras amañada y tendenciosa, sumergidos en la zozobra y en la incertidumbre, esta primera gran contingencia de este siglo XXI nos pone a prueba como humanidad, como sociedad y también como creyentes.
Es curioso ver cómo las miserias humanas salen a relucir en estos tiempos que nos aprieta la vida. Actitudes y acciones incomprensibles que muestran el cobre de nuestra condición “humana” en donde el egoísmo, la apatía, la avaricia y el caos toman las riendas de los destinos.
Pero también llama poderosamente la atención nuestra forma de reaccionar. Algunos tomando a la ligera los asuntos importantes, siendo inconscientes; otros, henchidos e hinchados de soberbia, presumiendo saberlo todo, negando todo, creyéndose poseedores de la verdad y esparciendo duda y desinformación con sus teorías ‘conspiranoicas’. Otros tantos, la gran mayoría, aturdidos y confundidos por la avalancha de información, de la buena y de la mala, que termina por aplastar el sentido común y la claridad del pensamiento.
Y qué decir de nosotros como creyentes, asumiendo un papel de víctimas, de conmiseración, que una autocompasión y emociones de tristeza, desasosiego y desaliento que van totalmente en contra de la alegría del evangelio. La buena nueva es “Dios está con nosotros”, pero nuestras reacciones ante esta crisis parecen dictar todo lo contrario.
Nos hemos convertido en creyentes de templo y banca, católicos de ritos y rituales, de costumbre más que de convicción. Apenas nos anuncian sobre las acciones que responsablemente se deben dar para prevenir un daño mayor y miles de fieles se rasgan las vestiduras y lanzan alaridos depresivos en redes sociales, como si el mundo fuera a terminarse, como si Dios no estuviera, como si el Señor nos abandonara. Me recuerda mucho a aquella escena de los apóstoles en la barca, en medio de la tempestad, con Jesús ahí presente montado en la misma barca, pero dormido tranquila y plácidamente, mientras el resto de los doce se sacudían y temblaban espantados por la fuerza de la tormenta y el empuje de sus olas…
Los reclamos de muchas personas ante las decisiones de nuestras autoridades eclesiásticas para atender la contingencia, en mucho se parecen al grito desesperado de los apóstoles: «Maestro… ¿No te importa que nos hundamos?».
¡Hombres de poca fe! Ese es el triste testimonio que muchos piadosos ofrecen con sus quejas y lamentos. Es en estos momentos de prueba en donde la fe se traduce en obras de caridad, servicio y compasión por los que sufren y necesitan más. Es ahora que necesitamos de unirnos y simplemente esperar a que pase la tempestad; es ahora que el universo y la vida nos recuerdan que estamos de paso, que somos polvo. Es una oportunidad única para vivir una cuaresma más plena y auténtica, pasando por el camino de esta cruz para un día volver a ver la luz de nuestras vidas, pero nuevos, renovados, resucitados, con una fe más firme, más auténtica y no una fe de papel, de paja. Tal parece que nuestra fe es aún más pequeña que un grano de mostaza; parece que nuestra fe apenas es del tamaño de un virus al que le hemos puesto una corona.
No sé tú, pero Dios siempre está conmigo, así lo creo, así lo siento y así procuraré vivirlo, a templo cerrado o abierto, con crisis y sin crisis. Dios, está con nosotros.
La paz sea con ustedes.