La vela se pone en el candelero, para que los que entren puedan ver.
Con la parábola de la lámpara en
medio de la habitación, de alguna manera se anticipa lo
que luego los evangelios dirán acerca de Cristo «Luz» y
de nosotros como «iluminadores». Efectivamente, Cristo
es la luz destinada a iluminar «a todo hombre que viene
a este mundo» (Jn 1, 9). Lo mismo que la «luz» de sus
seguidores ha de ser tan resplandeciente, como para que
quienes la contemplen «den gloria al Padre, que está en
los cielos» (Mt 14-16). Esta revelación producirá creciente
alegría en quienes sepan abrirse con transparencia a los
«secretos» del Reino.