No he venido a traer la paz, sino la división.
Cristo es nuestra paz, nos dirá San Pablo (Cfr. Ef 2, 14), pero no una paz a cualquier precio. La paz que Él nos trae no es la que el mundo da (Cfr. Jn 14, 27).
Para poder disfrutarla, antes tiene que operarse una purificación «por el fuego»: una lucha entre el bien y el mal.
Se nos propone, además, la entrega total y la plena disponibilidad, manteniendo –por encima de todo– los valores del Reino. Así podremos superar todo apego material e incluso relativizar todo afecto familiar. Seguir a Jesús tiene un alto precio, no excluida la entrega de la propia vida.”