Jesús hablaba del templo de su cuerpo.
“Todos estos textos nos invitan a pasar del templo de piedra al templo espiritual, que somos los creyentes.
El edificio no es propiamente la “casa de Dios” sino la “casa de la Iglesia”, de la comunidad cristiana. Nuestros edificios de piedra serán tanto más “casa de Dios” cuanto más sean “casa de los hombres”… Los judíos amaban su templo con verdadera devoción. Estaban orgullosos de su esplendor y de su grandeza.
Todo ello no fue obstáculo para que el santuario se hubiera prostituido, algo que llevó a Jesús a una actitud francamente airada. A los cristianos nos puede ocurrir lo mismo.
Dios puede ver, en ocasiones, algo semejante a lo que contempló su Hijo en el templo de Jerusalén: adoradores sin «espíritu» y sin «verdad» (Cfr. Jn, 4, 23).”