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El más pequeño entre todos ustedes, ése es el más grande.
Es el
nombre de Jesús lo que da unidad a las dos partes de la
lectura evangélica de este día. Acoger a los «pequeños» y
arrojar demonios «en su nombre», ha de ser consecuencia
de esa actitud servicial que el Maestro propone, sobre
todo con su ejemplo, a sus ambiciosos discípulos. Lo
más sorprendente es que la discusión «sobre quién era
el más grande», siga precisamente al segundo anuncio
de la pasión. Ellos –que pretendían el “monopolio” de la
verdad– poco habían entendido acerca de la «grandeza» a
la que estaban llamados.