No conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén.
“A Herodes, por supuesto, no le caían bien los profetas. Ya había hecho decapitar al Bautista y ahora intenta deshacerse de Jesús, intimidándolo para que, al menos, se aleje de su territorio.
Pero ninguna amenaza, por más grande que sea, lo detendrá. Él seguirá cumpliendo la misión que el Padre le ha confiado, hasta el día de la consumación de su obra en la ingrata Jerusalén, «que mata a los profetas».
Dios ama al hombre, pero –al respetar su libertad– acepta, de antemano, el riesgo de no ser correspondido, como de hecho le sucedió en el caso de su pueblo elegido.”