Si con el dinero, tan lleno de injusticias, no fueron fieles, ¿quién les
confiará los bienes verdaderos?
De la peculiar parábola del
administrador infiel se desprenden varias aplicaciones. El que
adora al Dios verdadero no puede hacer de la riqueza la meta
de su vida. Si los bienes no nos sirven para «ganar amigos» – poniéndolos al servicio de los demás– entonces se convierten
en un “ídolo”. Si el dinero es lo primero, no seremos de Cristo,
quien siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su
pobreza (Cfr. 2 Cor 8, 9). Hemos de optar por el Reino de Dios y
su justicia, pues donde esté nuestro tesoro allí estará también
nuestro corazón