Jesús nos presenta la visión cristiana del mundo, que es una visión realista, no idealista ni ingenua.
En el mundo hay bien, hay bondad, hay verdad, pero ese trigo que Dios ha sembrado está acompañado de una mala semilla que su Enemigo ha sembrado en el corazón del hombre.
Por eso, en el mundo conviven el bien y el mal, el amor y el desamor, la verdad y la mentira, la justicia y la injusticia. No podemos engañarnos: El bien y el mal conviven en el mundo.
Basta con vernos a nosotros mismos. Si nos ponemos en la presencia de Dios con sencillez, humildad y verdad, y observamos en nuestro interior, descubrimos muchas cosas buenas, tenemos buenos sentimientos, buenos propósitos, hacemos buenas obras.
Pero también nos damos cuenta que en nuestro corazón hay cosas malas y que hacemos cosas que no están bien.
Si analizamos nuestra familia, también, hay muchas cosas buenas, muchos comportamientos buenos, pero también reconocemos muchas actitudes malas.
Y así, si analizamos la vida de la Iglesia, es lo mismo, hay muchas cosas de bien, pero también hay obras reprobables que nos escandalizan y que nos hacen daño en la Iglesia.
Ante el mal, muchas veces nos comportamos como desesperados, queremos que desaparezca inmediatamente aquel que hace el mal, pero pensamos en los demás, no en nosotros mismos.
Y hasta pensamos: ¿ qué le cuesta a Dios desaparecerlos de la noche a la mañana?Pero ésta no es la mirada de Dios sino que Él tiene su forma de actuar, hace salir el sol para todos, buenos malos, hace caer la
lluvia no solo para los justos, sino para todos, porque Él es el único y verdadero juez que, al implantar su Reino en la Tierra, quiere obrar con toda paciencia, sabe que el tiempo de la historia, nuestro tiempo, es un tiempo de salvación, de oportunidad, que pone a nuestro alcance para que podamos distinguir el bien y el mal, y podamos ir dejando de lado el mal, y nos vayamos purificando porque quiere la salvación de todos.
El tiempo de la historia, el tiempo de nuestra vida en la Tierra, es un tiempo de esperanza, de oportunidad, no es el momento del juicio, sino del amor y la misericordia, de la salvación, de la oferta de Dios para todos.
Llegará el momento del juicio, pero no vamos a ser nosotros los que juzguemos. Se nos aplicará todo aquello que no va con el Reino de Dios, con el amor de Dios en nuestra vida, todo eso será purificado o será castigado.
Con los únicos que nos podemos portar estrictos para arrancar de tajo el mal es con nosotros mismos. Si me doy cuenta que en mi corazón está creciendo una mala hierba, un mal sentimiento, un mal deseo, una intención malvada, ahí sí puedo intervenir inmediatamente, cortándolo.
Pero respecto a los demás, Dios se manifiesta amoroso con todos, paciente. Pidámosle al Señor que nos dé la gracia de ser misericordiosos y de ser pacientes.
La paciencia es una virtud que nos asemeja a Dios. No es complicidad, sino tomar el tiempo como lo toma Él.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.