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Alfredo Arnold

Recién ha finalizado el “Mes de la Patria”; por lo tanto, creo que aún es pertinente el siguiente artículo.
Les platico que hace ya algunos años, estando con mi esposa en Santo Domingo, República Dominicana, pasamos un día cualquiera por el centro de la ciudad cuando, de pronto, comenzaron a sonar los silbatos de los tránsitos, los peatones se quedaron parados donde se encontraban y los vehículos se detuvieron.

En cuestión de segundos todo mundo permanecía inmóvil, mientras que en la plaza una escolta militar izaba la bandera dominicana. La ceremonia no duró más de diez minutos. Después, de nuevo el ruido de los silbatos y la vida recobró su ritmo.
Era el mes de mayo y pregunté si se trataba de una fecha especial. La respuesta fue que eso se hacía todos los días.

Nunca he olvidado el respeto que aquella gente mostraba por su bandera.
Lamentablemente, esto no ocurre en México; he pasado por la Plaza Liberación llena de personas mientras izan o arrían la Bandera nacional, y ni en cuenta, nada que se parezca al comportamiento de los dominicanos.
La ceremonia del “Grito” del 15 de septiembre se convierte cada vez más en un evento al gusto de la autoridad en turno; predomina la pachanga y el aprovechamiento político, gritan consignas absurdas, alejadas por completo de la arenga de Hidalgo. Este año escuchamos: “¡Viva la libertad, la igualdad y la fraternidad universal!”… ¿le suena?: “Liberté, egalité, fraternité”, al más puro estilo francés.

En el desfile del día 16, un coro monumental entonaba marchas militares frente a Palacio Nacional mientras pasaban los contingentes. “¿Y esas canciones?”, se preguntaba intrigada una gran parte del público presencial o por televisión. Esas piezas, como la Marcha Dragona o Cantar del Regimiento, de Agustín Lara, que antes eran conocidísimas, hoy suenan exóticas.
¡Qué pena cuando le acercan el micrófono a los deportistas nacionales mientras cantan –¿cantan?– el Himno! y ¡Qué pena cuando la cámara los sorprende dizque saludando a la Bandera! Cheque usted la diferencia, la enjundia, el orgullo que ponen los estadounidenses, canadienses, españoles, o jamaiquinos, por mencionar algunos.

¿Dónde quedaron las poesías patrióticas que se enseñaban en las escuelas?, ¿las nutridas bandas de guerra?, ¿la participación escolar en los desfiles?, ¿el Servicio Militar, que aun siendo obligatorio, ha entrado en desuso? Por cierto, el Servicio Militar, al que obliga el artículo quinto constitucional, afianza valores, actitudes, disciplina, buenos hábitos y cultura cívica en los jóvenes que sí lo cumplen.

Es imposible recuperar aquella valerosa y generosa entrega que, aun perteneciendo a bandos contrarios o siendo decididamente enemigos (por ejemplo Madero y Bernardo Reyes), mostraban a favor de la Patria los ciudadanos de antes, pero un poco de patriotismo no nos vendría mal.

La historia; pero más que la historia, educar en una cultura patriótica, debe ser prioridad de la llamada Nueva Escuela Mexicana. Es lo mínimo, antes de que se nos olvide el significado del verde, el blanco y el rojo.

*El autor es LAE, diplomado en Filosofía, periodista de vasta experiencia y académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara.

@arquimedios_gdl

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