
ALFREDO ARNOLD
Hace unas semanas se llevó a cabo en la Universidad Autónoma de Guadalajara un simposio sobre la “Responsabilidad Social de las Universidades”. Participaron expositores de gran experiencia en el tema, como los presidentes de International Association of University Presidents (IAUP), Hispanic Association of Colleges and Universities (HACU), Federación de Instituciones Mexicanas Particulares de Educación Superior (FIMPES), Universia Santander, la rectora de la Universidad de Valencia y el propio rector de la UAG.
Entre las numerosas consideraciones que fueron expuestas, me llamó la atención particularmente una referida a Estados Unidos, donde, de acuerdo a investigaciones recientes, se encontró que seis de cada diez estudiantes universitarios padecen en mayor o menor medida problemas de salud mental, lo cual se traduce en bajo rendimiento académico, aversión a las instituciones sociales, baja autoestima, y en casos más serios, en conductas psicológicamente graves. En México no hay mediciones, pero el problema podría ser igual o más grave.
En gran medida, lo anterior es una consecuencia de la pandemia que durante casi dos años obligó al confinamiento, suspendió las clases presenciales, limitó las actividades sociales de los jóvenes y causó estragos económicos y afectivos en las familias. Sin embargo, no es la única causa; hay que buscar qué se está haciendo mal en la sociedad y particularmente en el seno de las familias.
Quizá no habrá tiempo suficiente para que esta generación de estudiantes recupere la plena salud mental antes de finalizar sus estudios, lo cual se traducirá en una lamentable pérdida en la capacidad y bienestar de los futuros profesionistas.
Pero, ¡cuidado!, lo anterior no es solamente un problema que afecta a estudiantes universitarios. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que una de cada ocho personas en el mundo padece algún problema de salud mental, “lo cual puede repercutir en su salud física, su bienestar, su relación con los demás y sus medios de subsistencia”.
La famosa Clínica Mayo define los trastornos de salud mental como “una amplia gama de afecciones: trastornos que afectan el estado de ánimo, el pensamiento y el comportamiento” y cita como ejemplos de enfermedad mental “la depresión, los trastornos de ansiedad, los trastornos de la alimentación y los comportamientos adictivos”.
No hay vacuna contra este mal, aunque existen paliativos. La directora de la carrera de Psicología de la UAG recomienda a los jóvenes las siguientes actividades para evitar caer en cuadros graves: tener vínculos emocionales, equilibrar horarios entre escuela, trabajo y recreación; dormir bien, hacer ejercicio, cuidar el contenido que se ve en Internet, leer, realizar actividades recreativas y tener una mascota. Lo malo es que constantemente ocurren eventos catastróficos que anulan el efecto positivo de todo lo anterior o, peor aún, que amplifican el problema en la percepción de los jóvenes, como por ejemplo las pérdidas que sufrieron miles de familias a causa del ciclón “Otis”, la inseguridad pública, la guerra entre Rusia y Ucrania, la tensión entre Israel y Palestina; no hace falta estar en medio del desastre, basta con saber que esas cosas están ocurriendo.
Es muy importante encontrar las verdaderas causas y soluciones del problema.
La famosa Britney Spears acaba de publicar un libro sobre la importancia de cuidar la salud mental, mucho de lo cual es producto de sus experiencias personales. Pero esto no hay que confundirlo con sólo un tema que está de moda; se trata de una amenaza real.
La salud mental es un derecho humano, sin embargo, cada vez más adolescentes y jóvenes presentan problemas.
Tal parece que vamos en camino hacia una nueva pandemia, ya no física, sino de conducta, por lo cual es necesario que el sector educativo, el sector salud y la sociedad en general tomemos cartas en el asunto.
La cosa es seria… más de lo que parece.
*El autor es LAE, diplomado en Filosofía y periodista de vasta experiencia. Es académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara.
